¡Encended nuevamente el fuego de vuestro amor! – por Mons. João Clá Dias, EP

Después de dos milenios de esta gran predicación del Salvador, la Liturgia de este domingo nos repite su llamado dirigido a cada uno de nosotros. Con la misma caridad empleada para dirigirse a sus discípulos, Jesús nos invita a dejarnos consumir como una llama de alabanza y adoración a Él, recibiendo el fuego sagrado que había venido a traer al mundo. Abramos nuestras almas a este fuego renovador que quema el egoísmo, cura los problemas, eleva las mentes al deseo de las cosas celestiales y supera las barreras de la falta de confianza, de fe y de ánimo. Basta una leve correspondencia de nuestra parte con este amor para que se realicen maravillas, se supere el poder de la oscuridad y se consolide el polo del bien. Y cuando el viento contrario de la división venga sobre nosotros, tengamos en cuenta que Jesús ya lo había anunciado y no nos negará fuerzas para la victoria, porque los malvados no pueden triunfar sobre el fuego de la integridad, la inocencia, la radicalidad en la bondad; en una palabra, de la santidad.Con cuánto pesar constatamos que la humanidad de nuestros días está precipitada en un insondable abismo de pecado y, más que nunca, necesita de una purificación. La gravedad de las ofensas cometidas contra Dios y los riesgos de salvación eterna por los cuales pasan las almas indican la indiferencia de muchos frente al mensaje salvífico del Evangelio. En esta situación nos cabe una pregunta, y con ella un examen de conciencia: ¿en qué medida hemos colaborado en la reversión de este cuadro? ¿Cuál ha sido nuestra generosidad en vista de tal situación, cuya única solución se encuentra en una total entrega de nuestra vida a Cristo, para la cual debemos caminar con santo afán?Un ejemplo extraordinario de amor desapegado y lleno de fervor nos es ofrecido por la Santísima Virgen.  Ella estaba consumida por la caridad, preocupándose por la situación del mundo, con el rescate de las almas que se perdían, deseando cooperar con la conversión de la humanidad. Al considerarse una nada, ardía de celo y, por esta razón fue visitada por el Arcángel San Gabriel, quien le trajo el premio por su fuego de amor: la Encarnación de la Segunda Persona de la Santísima Trinidad en su seno.Según comenta el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira, “la principal alegría de Nuestro Señor durante su vida terrenal estaba en una lámpara encendida en la casa de Nazaret: el Corazón Sapiencial e Inmaculado de María, cuyo amor excedía el amor de todos los hombres, que hubo, hay y habrá hasta el fin del mundo”. [1] Pidamos a la Virgen Santísima que se digne transmitirnos una chispa de la caridad ardiente de su Corazón, a fin de que su Divino Hijo se sirva de nosotros como fieles instrumentos en la propagación de ese fuego purificador por toda la faz de la Tierra. ◊[1] CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. Conferencia, São Paulo, 7 de abril de 1984.
Fuente: CLÁ DIAS EP, Mons. João Scognamiglio In: “Lo inédito sobre los Evangelios” Volumen III, Librería Editrice Vaticana.

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