Me escondí bajo la tupida retama al sentir que mi madre me llamaba. No quería verlo, aunque quisiera ser amable y me trajera regalos que nunca abría.
¿Por qué debía aceptar al novio de mi madre o a la mujer de mi padre? Nadie me preguntó cuándo se separaron y cada uno se fue por su lado y yo quedé en el medio.
Mi madre decía que debía estar a su lado, porque toda mi niñez dependió de ella, me tuvo, me cuidó cuando enfermaba, pasando noches sin dormir.
En cambio, mi padre afirmaba que un chico necesita un padre para crecer, porque si lo hacía con mi madre, de seguro salía maricón.
Y yo solo los miraba. Tengo ocho años y sé lo que quiero: no ser un muñeco del cual ambos tironean de aquí para allá. Me hago el indiferente ante sus discusiones y voy los fines de semana con papá y luego con mamá la semana por la escuela.
Elijo encerrarme en mi cuarto cuando el novio llega o viene papá queriendo llevarme. No quiero ir, no quiero ver la cara horrible de aquella mujer siempre demasiado pintada y con voz de flauta: “¡Ay, querido! ¡Qué lindo que sos! ¡Igualito a tu papá!” ¡Puajj! Es un asco. Entonces me escondo aquí de vez en cuando y lloro sin que nadie me vea y me diga llorón o maricón.
Soy un niño y también sufro y tengo derecho a desahogarme y aunque quisiera gritar, no puedo hacerlo, la retama me oculta, pero no es a pruebas de ruidos y si grito de entera el vecindario entero. Trato de calmarme y borrar de mis ojos las huellas de llanto, me pongo a pensar qué pasará conmigo cuando mamá o papá tengan un hijo con sus parejas, quedaré relegado en el olvido y ambos dirán: “Vos ya estás grande y el bebé necesita atención”.
Y ahí quedaré como dicen, el hermano mayor, pero jamás aceptaré esos hermanos que me robaron a mis padres.
Mi madre vuelve a llamarme, pero no saldré. Mientras él esté ahí, no contesto. Que sufra como yo, que llore como yo.
Pero claro, las mujeres lloran y nadie las critica. Los hombres no, los hombres no lloran.
Pero no soy un hombre, apenas un niño y no deberían tener hijos porque no saben si el matrimonio va a durar al menos lo suficiente para criarlo y que sea independiente, o no debería existir el divorcio cuando hay niños menores. Pero no serían felices y eso tampoco está bien.
¿Qué sería lo ideal? Pues no lo sé, soy muy chico para saber esas cosas de adultos que creen saberlo todo y el destino los obliga a otra cosa, el divorcio.
Solamente quiero crecer rápido, pero me queda mucho tiempo y no sé qué hacer.
Mis compañeros con padres separados me aconsejan que aproveche que soy la víctima y pida lo que yo quiera, que saque ventaja, pero yo no puedo hacer eso. Sufro la distancia de ambos y no soporto ni al novio ni la novia de mis padres.
No me queda otra, tal vez, que obligarme y tratar de verlos lo menos posible, encerrarme en mi habitación… Pero cuando se casen o se vengan a vivir a mi casa. Es demasiado. Soportaré al empalagoso de mi madre y la de mi padre con su voz de flauta y su cara pintada.
Y cuando me sienta mal, vendré aquí a llorar, aunque me digan que los hombres no lloran…
No soy un hombre… Solo un pobre niño sin voz ni voto para decidir su destino.
Gladys Barnetche: Divorcio
