Guillermo Crucci: ¿Podremos recuperar la dignidad del debate?

Cuando la política abandona las ideas y abraza las chicanas, el silencio deja de ser una opción. Sostengo que el abandono de las ideas en la política actual no solo ha degradado el debate público, sino que pone en riesgo la salud misma del sistema democrático. Veo, como muchos, un constante desencanto y apatía hacia la política.

Somos testigos de debates donde el tema central de discusión es algo tan absurdo como si el Uruguay es una Ferrari o no. Este ejemplo ilustra como las discusiones se degradan en meras chicanas con el objetivo de dejar en falso al adversario y aumentar la visibilidad de uno mismo, mediante la degradación del otro, no por los ideales propios.

El debate no debe tener como fin vencer al adversario, sino mediante el intercambio de ideas, buscar juntos el bien común. Los ataques personales simplemente degradan el debate. Si aspiramos a un debate digno, debemos confrontar ideas y no temer de buscar puntos en común. Una sociedad donde el debate no es para pensar, sino para atacar al otro, cae inevitablemente en la violencia y desgarro del tejido social.
Hoy el debate ha perdido el foco: escasean ideas y abundan los ataques personales. Predomina la figura del político carismático, pero que, en el fondo, únicamente busca el poder por el poder en sí, no como herramienta para llevar a cabo sus ideales y en búsqueda de mejora para el país. El poder no debe ser nunca el fin del político, sino un medio para lograr los avances para la sociedad, esto ya lo advertía Max Weber a principios del siglo pasado, apelando a la ética de la responsabilidad (actuar asumiendo las consecuencias reales para la sociedad). Cuando se usa como herramienta, este es justo; cuando se vuelve el fin, se vuelve injusto y peligroso, revelando la verdadera naturaleza de quien lo ejerce. No hay nada más peligroso que una persona con poder que no busca servir al prójimo, por eso siempre debe estar subordinado al servicio humano.

Pero esta degradación no es culpa exclusiva de los políticos: refleja una sociedad que premia la inmediatez sobre el pensamiento. Valida el poder mediante la cantidad de seguidores en redes. Un político puede recibir más atención hoy por un tweet irónico que por una propuesta legislativa profunda, lo cual revela una inversión peligrosa de las prioridades. Los algoritmos de las redes hoy premian al más duro, porque en la psicología humana uno de los sentimientos que más mueve es el odio, quienes manejan las redes saben de esto y es a lo que apelan. ¿No es esto venenoso para nuestra democracia?

El precio de esto es la polarización, el odio, la fragmentación social, y todo se reduce a un partido de futbol, donde se defiende la camiseta, y no las ideas. Este fenómeno no es teórico: incluso yo, la última vez que realmente me emocioné por motivos políticos, no fue hace mucho, sin embargo, duró poco debido a que rápidamente me di cuenta de que quizás esta emoción venía más que nada por la bandera política que por los ideales que defiendo, esta autocrítica es fundamental si queremos un mejor porvenir.

Creo que es inteligente virar la mirada al pasado, a nuestro pasado, donde los políticos debatían en el parlamento, o quizás en algún medio escrito ejerciendo como periodistas. Se veía un debate con más ideas de fondo, con tiempo de reflexión y cuidado en sus réplicas. El ataque no era tan personal, sino que se debatían convicciones, pero siempre desde la responsabilidad. Esto no quiere decir que carecieran de espontaneidad, porque al ver entrevistas en vivo, uno podía ver que eran verdaderas eminencias y contaban con un nivel intelectual superior. Y con esto no hablo de formación, porque perfectamente un obrero puede contar con estas capacidades, como hubo y hay ejemplos de ello.

La vieja política tuvo mediocridad, clientelismo y oportunismo, y sería ingenuo idealizarla. Sin embargo, aun con sus vicios, existía una base cultural donde las ideas conservaban un lugar central en el debate público. Hoy, en cambio, el protagonismo lo tiene el ataque personal, mientras que antes se confrontaban pensamientos con respeto. ¿Cuándo dejamos de valorar a quien argumenta y empezamos a aplaudir a quien ataca mejor?

Es hora de que las ideas vuelvan a ser el centro de la política, donde siempre debieron estar. Que el gobierno de turno no se justifique acusando al gobierno pasado, ni la oposición ataque al oficialismo pensando solo objetivos electorales. La autocrítica debe ser un pilar fundamental del hacer político, mejorando la confianza ciudadana, y la calidad de políticas públicas. Es necesario volver a mirar al futuro, que regresen las concordancias, a llevar al país al mañana sin importar el color político. No niego que son necesarios el carisma y la pasión de los políticos, porque son vitales en el sistema, sino que estas cualidades deben estar acompañadas de las convicciones y la responsabilidad con el país. El político no debe tener miedo a bajar al barro del debate, pero no debe ensuciar su alma en esa lucha, dejándose llevar por la mentira o la manipulación.

Quizás debemos preguntarnos si no es también nuestra falta de exigencia la que permite a los políticos evadir a la autocrítica. Solo a partir de ese acto de humildad podremos reconstruir un debate político a la altura de lo que nuestro país merece. ¿No deberíamos preguntarnos si todavía somos capaces de discutir con ideas y no solo con consignas emocionales u objetivos electorales?

Debemos recordar que la política no debe nacer del deseo de mandar, sino del deseo puro de servir y resolver las injusticias. El líder debe luchar por el interés amplio de la población, no por los intereses propios o de sus círculos. Es un camino duro, pero quien tiene vocación verdadera persevera incluso en la derrota.
Y a las próximas generaciones, tengo la esperanza que, al no sentirse representadas por estas actitudes, no se dejen llevar por la apatía, sino al contrario, se dejen guiar por el sentido de la responsabilidad y la vocación, tomen estos errores como ejemplos para no repetir, y aumenten el nivel del debate. Este es mi mensaje para quienes hoy se sienten decepcionados: vuelvan a encender su pasión. Convirtámosla en el fuego que devuelva a la política la dignidad que merece.
Guillermo Crucci.

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