Isabel Rodríguez Orlando: La muerte se equivocó

La mujer se acercó a la ventana para ver si venía su hijo en la moto con su esposa, como habían quedado, para almorzar juntos.
Era domingo y ya iba avanzando el mediodía. El día era luminoso, espléndido, la vida se disfrutaba. Eso era lo que ella veía y sentía.
De pronto ese montón de gente que veía la asustó, se dio cuenta de que no estaban de reunión con algún motivo, sino contemplando algo nada agradable de acuerdo a los gestos que hacían.
Ella observó con atención que en el medio de aquello que a ella le había parecido una reunión con algún motivo había un hombre robusto, sin camisa, que daba gritos en otro idioma que le pareció portugués, y con un largo cuchillo amenazaba a dos jóvenes que no tenían nada con que defenderse,
Los de la pelea eran esos tres, los demás eran solo curiosos que parecía que tenían interés solo en ver cómo terminaba aquello, pero sin intención de intervenir para salvar a aquellos indefensos muchachos que tal vez tuvieran también una madre que los esperara a almorzar.
Entonces, cuando pensó en eso ella se enfureció y les gritó:
—¿Alguien llamó a la policía?
—No— le contestaron varios y continuaron viendo la pelea.
Con más furia, la mujer corrió hasta el teléfono y marco el 911 y gritó:
—Necesitamos la policía en la calle D. P., Número tal… — y siguió dando detalles sobre la tragedia que se avecinaba.
Después llamó al teléfono de su hijo y le dijo:
—Parate, no vengas. Quedate donde estés. Aquí hay una pelea — y le dio atropelladamente los detalles y el peligro que suponía para acercarse a cualquiera porque aquel hombre estaba loco y ella lo suponía capaz de atacar a cualquiera.
De pronto el hijo la interrumpió:
—No hables más. Yo tengo algo peor que contarte.
—¿Qué pasó? — gritó ella espantada.
—Nosotros íbamos cerca frente a la plazoleta más próxima a tu casa cuando frenamos porque una camioneta de la policía, que iba muy rápido como para atender algún suceso, algo muy grave, chocó al conductor de una moto que venía haciendo maniobras extrañas, como si estuviera borracho. El policía no pudo hacer ninguna maniobra para evitarlo y lo chocó.
Como la nuera de la mujer era enfermera se bajó de la moto y corrió hacia donde había quedado tirado el joven. Lo tocó y gritó:
—Está muerto.
La gente, que había empezado a acercarse, quedó horrorizada.
—¡Hay que llamar a emergencia! —grito alguien, y no dijo a la policía porque justamente allí estaba el policía haciendo llamadas.
Entonces, a los pocos segundos, todos vieron pasar a un segundo patrullero rumbo al sur.
Al rato se enterarían de lo que sucedía.
Una ambulancia se detuvo en la plazoleta y otra siguió para el lugar de la pelea. Aquí la policía logró reducir a aquel hombre enloquecido y la ambulancia subió a los dos jóvenes heridos en sus brazos.
Después se enterarían que el extranjero fue extraditado y que los jóvenes quedaron varios días internados. Los tres eran compañeros que trabajaban en una empresa extranjera contratada para una obra pública.
La mujer juntó las partes de aquel extraño suceso y dijo, sentándose como abatida:
—Se equivocó la muerte. Venía para acá, y se lanzó sobre un inocente padre de familia que nada tenía que ver con la pelea.

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