Aquí estoy yo, en este cuarto oscuro y maloliente, masticando bronca por el abandono de que fui objeto sin entender su por qué. Me siento como un perro que aúlla interminablemente por su ama que partió para siempre y ahora no sabe qué hacer con su vida.
Y pensar que hasta hace una semana todo era maravilloso, nuestra relación iba tan firme camino al altar… Nada hacía prever el abrupto final que tuvo. Ella siempre me decía que habíamos nacido el uno para el otro y que lo nuestro, era para siempre. Aún resuenan en mis oídos el estribillo de una vieja canción que ella musitaba a cada rato: “…sin ti no soy nada…”. ¡Pobre iluso de mí creyendo que todo era así!
Ahora me percato que solo era un versito bien aprendido que repetía cual letanía. Me siento como un disco donde se ha terminado la canción y que, sin embargo, sigue girando ya sin música, pero empecinado y mudo como para que yo no pueda olvidar mi tragedia.
¡Qué tortura, por Dios! ¿Qué hice para merecerme este desplante de manera tan fría y descarnada? Yo, que le di afecto, fidelidad, compañía y mucha pasión… pero todo cayó en saco vacío. Nada de eso sirvió.
Un cigarro más y van… Una cerveza más y van… Ya ni sé cómo parar este sangrado que me está consumiendo. No nací para arrojarme desde un puente; además, creo que ni fuerza de voluntad tengo para eso ni tampoco quiero que ella piense que me suicidé por su culpa o en su honor. Tal premio no se merece.
Mañana retornaré a mi rutina laboral luego de esta falsa enfermedad que inventé para evitar que me vieran destrozado. Me bañaré, me vestiré como “gente decente” y me comportaré como si ninguna tormenta hubiera arrasado mi alma. No sé cuán exitoso resulte el esfuerzo por disimular mi dolor, pero no me quebraré. Más hondo de lo que he caído, no puede caer.
Una nueva página en mi vida comenzaré a escribir desde mañana. Solo aspiro a que la tinta con que escriba no se convierta en sangre. Otro zarpazo de la vida no soportaría.