Esta será la última carta que te escribo. Ya no será más necesario hacerlo pues, a partir de ahora, yo estaré a tu lado por toda la eternidad.
Por largo tiempo esta era la manera que habíamos acordado para acortar las distancias que nos separaban; distancias de todo tipo que impedían que estuviéramos juntos tal como era nuestro deseo desde el día que nos conocimos.
Recuerdo ese inolvidable día, era una fiesta de casamiento a donde cada uno de nosotros había ido con su respectivo cónyuge. Todo se desarrollaba en un ambiente muy formal, en el que nadie preveía que pudiera suceder algo inesperado. ¡Pero ocurrió!
Involuntariamente, desde que nuestras miradas se cruzaron por primera vez, no pudimos dejar de continuar observándonos periódicamente, aunque más no fuera para detectar qué persona conocida teníamos en común que pudiera servirnos de nexo para vincularnos. Procedimos con eficacia y discreción y en poco rato detectamos a esa persona; y cuando tú y tu esposo se acercaron a ella, yo hice lo propio con mi esposa, y todo de una manera natural a tal punto que nuestra estrategia pasó inadvertida para todos.
Desde ese día hasta que pudimos encontrarnos personalmente por primera vez no pasó más de una semana y, desde entonces, el deseo de estar juntos se fue incrementando, el fuego de la pasión nos fue rodeando y ya no pudimos escapar de él. Sin embargo, para estar de a dos no era demasiado fácil, teníamos compromisos que nos impedían romper las cadenas ‒al menos en esa época‒ anhelando que, dentro de un tiempo más, podríamos liberarnos de esas ataduras y vivir a plenitud y a la luz del día nuestro desmedido amor.
Vaya si durante ese tiempo, casi un año, tuvimos que darnos maña para poder encontrarnos sin que nadie nos descubriera…Yo, visitador médico, y tú, médico en varias instituciones, siempre encontrábamos una oportunidad para nuestros encuentros de una manera sutil. En caso contrario, nos dejábamos cartas entremezcladas con publicidad de medicamentos o con informes médicos. Creo que nadie se percató de ello; y, si así fue, nunca hubo problemas por eso.
La puja era la que yo tenía conmigo mismo. Era consciente de que le estaba siendo infiel a mi esposa, pero no hallaba el modo de sincerarme y de facilitar la separación con el menor daño posible. Seguramente, mirando desde afuera mi comportamiento, me acusarían de cobarde, de falto de sinceridad. Es posible que así fuera, pero lo que yo intentaba era deshacer la relación con delicadeza y me consta que nunca hallaba el modo apropiado. Todo huele a que nomás era pura cobardía mía por no querer encarar la situación de frente y de cortar el vínculo con adultez ateniéndome a las consecuencias que resultaran, las que fueran.
Sin embargo, desde ayer ya no ha sido necesario seguir diseñando mi separación. El fatal accidente que sufriste en la carretera tronchó bruscamente el plan de vida que habíamos imaginado para nosotros. ¡Jamás será posible concretarlo!
Te fuiste sin que pudiéramos despedirnos; no solamente me quedé sin ti, sino también sin saber qué hacer con mi vida. Me siento solo en este mundo, no me atrae la idea de seguir el resto de mi vida en esta noria sin fin, la cual he previsto abandonar dentro de poco tiempo. Sin ti no tiene caso seguir así, todos mis planes giraban en torno a un futuro compartido contigo que no se concretará nunca.
Ya no quiero continuar postergando tomar alguna decisión importante para mi vida. No quiero seguir actuando como el cobarde que siempre he sido. Tampoco quiero seguir mintiéndole a mi esposa, quien siempre ha sido afectuosa conmigo y que si, en alguna ocasión sospechó algo de lo nuestro, nunca me lo hizo saber ni me lo recriminó. Ella no se merece que la siga ninguneando.
Es por eso que te escribo esta última carta para informarte de la decisión que he tomado, y que me parece la más adecuada para todos: ¡Me voy contigo, mi amor!
Ya la termino de escribir y me voy hasta el balcón de mi apartamento para volar hacia ti, hacia nuestro eterno encuentro.
¡Espérame, que ya voy hacia ti, mi querida N.N.!