La desmemoria no vencerá

Por Heraclio Labandera
El 25 de agosto es la fecha de la Independencia. Más allá de cualquier debate, debe ser una jornada de unión nacional y de identificación con la República. Los que se esfuercen por modificarla, están en la vereda de enfrente. Lo importante, es que en su intento, no vencerán.
El 14 de junio de 1825, los orientales instalaron la sede del gobierno revolucionario en la Villa de la Florida, una localidad ubicada 20 leguas al norte de Montevideo, entonces gobernado por el Imperio del Brasil.
El territorio de lo que hoy es la República Oriental del Uruguay había sido invadido en 1817 por el Imperio de Portugal, Brasil y Algarve, una monarquía que había rebautizado a la vieja Banda Oriental de la época española y luego Provincia Oriental de la época artiguista, como Provincia Cisplatina y tomada como tierra de explotación.
Pero en 1822 Brasil se separó del Portugal, y en 1823 los orientales hicieron un primer intento de librarse de los ocupantes, aunque sin éxito.
Dos años después, ya con mejor preparación y más recursos económicos, hicieron un segundo intento que comenzó con una expedición militar que cruzó desde Argentina al mando de Juan Antonio Lavalleja y llegó el 19 de abril al territorio ocupado, iniciando así lo que en la historia nacional se conoce como “Cruzada Libertadora”.
Dos meses después el Gobierno de la revuelta oriental se instaló en la Villa, convocaron a representantes por las diversas localidades del territorio usurpado, y dos meses más tarde la Asamblea allí instalada declaró la independencia de la Provincia Oriental de la monarquía lusoparlante que ocupaba estas tierras.
En primer lugar, el 25 de agosto de 1825 la Sala de Representantes formuló dos disposiciones medulares en el proceso histórico nacional que fueron reunidas en la Ley de Independencia.
En esa misma sesión se aprobaron también las normas conocidas como Ley de Unión, que establecía la disposición de que la Provincia Oriental quedaba unida con las provincias argentinas, y Ley de Pabellón, que fijó la bandera de los Treinta y Tres para singularizar a la Provincia Oriental, leyes sobre la libertad de vientres y la prohibición del tráfico de esclavos con países extranjeros, normas sobre temas impositivos y otras sobre cuestiones de justicia.
Sobre las disposiciones de aquel día, hay quiénes en tributo a la segunda ley (Ley de Unión) le restan importancia a la primera de todas (Ley de Independencia), concluyendo que fue una independencia “trucha” -como ayer afirmó en redes algún dirigente político- o que es una concesión graciosa que se la debemos a un generoso o interesado “regalo” de los ingleses, como disfrutan en decir los que no aceptan la autodeterminación del pueblo oriental. Se equivocan lejos, porque pagamos la independencia en dinero y sangre oriental.
Pero no es cuestión de dar en estas líneas ese debate debido a que no es la oportunidad para ello.
Dígase tan solo que el tema de que la Independencia fue proclamada el 25 de agosto de 1825, fue un asunto laudado por ley en 1925, cuando el Parlamento se enfrascó en una interesante polémica que las divisiones entre blancos y colorados -por entonces, muy vivas- no opacó a los legisladores en lucidez.
Desde hace más de un siglo es práctica corriente que el 25 de agosto sea una fecha cívica conmemorada en la ciudad de Florida por las más altas autoridades nacionales, con la lamentable excepción de los tres lustros en los que gobernó el Frente Amplio.
La ausencia del Presidente de la República en los actos del 25 de agosto mostró una concepción mezquina de la nacionalidad y la compostura institucional, que por suerte el Gobierno de la Coalición Republicana se ha esforzado en desandar.
Por añadidura, es importante señalar también que no debe agradecerse que el presidente Luis Lacalle Pou -ni ningún otro- asista a todas las fechas patrias que demanda el ejercicio de la primera magistratura, porque la concurrencia del mandatario es una inevitable obligación.
Sería de desear que el Frente Amplio hubiese aprendido una lección de esas ausencias, porque le ha tocado gobernar el país y aunque muchos no lo reconozcan, saben que la República es de todos y no de una secta virulenta.

Como también es penosa la falta de compostura de quiénes acostumbran a mostrarse con violencia o a los gritos en medio de la fiesta cívica, haciendo gala de conductas alejadas del respeto y la consideración que la Patria se merece.
El 25 de agosto es la primera de las fechas nacionales, no porque lo diga una ley, sino por lo que representa para los orientales.
Y a mal puerto viajan los que crean que eso es un tema que a la ciudadanía le resulta indiferente.
Aunque para algunos sea una consigna, la desmemoria no vencerá.

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