Milba Perdomo: El Quijote

Después del tornado tuvimos que hacer nuestra casa nuevamente. Fue en otro barrio, alejado del centro del pueblo, en una zona suburbana.
Por no tener el dinero suficiente no teníamos luz eléctrica, mientras algunos vecinos sí pudieron tenerla.
Pero le ofrecieron a mi papá, un molino de viento que cargaría baterías y tendríamos energía hasta para ver televisión.

Cuando se enteraron. uno de los vecinos le dijo:
-Amigo, ¿pero estás loco? ¿Te vas a poner molinos de viento como el Quijote? Te vamos a llamar así ahora por tener eso tan raro que ya no se ven aquí en el barrio. Para mí te llenaron el coco. ¿Será que algún Sancho ya la ganó contigo?

Bueno, siempre le tomaban el pelo, pero mi padre sabía cómo funcionaban porque cuando era niño también había tenido uno en su casa. Estaba bien y aunque ahí no se veían cumpliría su función en forma excelente.
No dijo nada, dejó que hablaran y lo colocó allí. Él sabía que ganaba. Total, viento había, las baterías estando buenas y siempre bien cargadas mantendrían allá arriba las aspas dando vueltas y más vueltas, abriendo sus brazos y decía

-Aquí va el loco otra vueltita.
Su sonido era como el ruido de un helicóptero bajando y se escuchaba casi siempre mientras estaba prendido. Pero lo más importante era que en mi casa también había luz.
Una noche estaba todo bien, quedó trancado, ya las baterías casi prontas con carga suficiente, quedaron, como otras veces, enchufadas a él. En la madrugada se armó una tremenda tempestad de viento fuerte y lluvia.

El pampero soplaba a unos cuantos kilómetros de velocidad y su furia desató la cadena al molino, se prendió con tal fuerza que parecía que se iba a salir de la torre. Vueltas y más vueltas dio, como nunca; ruido y más ruido que nos teníamos que tapar los oídos. Explotaron los tapones de las baterías, hervía el líquido que contenían

-¡No salgan! -gritaba mi papá-. Se podría caer todo.
La velocidad del viento era mucha y aquella noche fue muy agitada y de nervios. Para nosotros fue una experiencia más de cómo cuidarlo y cuidarnos porque pudo haber pasado algo grave.
Cuando quedó todo calmo, cesados la lluvia y el viento, papá salió, se subió a la torre de varios metros de altura por la escalera que tenía y lo pudo volver a atar y quedó solucionado el problema.
A su vez, estábamos contentas porque estarían cargadas las baterías.

Mi madre y mi abuela, que antes temieron no poder ver el teleteatro de la tarde, dijeron:
-Menos mal que no dejaremos de ver el teleteatro. Por nada del mundo nos queremos perder la novela.
Un vecino, que había sentido el alboroto le grito a mi papá:

-Quijote, paraste a ese loco que está como vos. Fue un milagro no se te vino arriba. Si precisas ayuda, pégame el grito.

-Gracias vecino -le contestó con gran fe-. Este molino tiene para rato, y cuando amanezca, volveremos a vernos. Él es el centro de nuestro patio, el mejor adorno y la luz que produce iluminará mi casa mientras Dios me da la energía para juntar todas esas moneditas que necesitamos para traer la luz eléctrica. Pero, por ahora, a mi molino de viento no lo dejo por nada.
Gracias, Quijote, que me enseñaste a enfrentar molinos de viento desatados.

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