Nadie puede prescindir de la oración – por Mons. João S. Clá Dias, EP

La vigilancia sola no es suficiente: “Vigilad y orad para no caer en tentación”, dice Nuestro Señor Jesucristo (Mt 26, 41). Faltaba una palabra de incentivo a la oración. De allí la “parábola para mostrar la importancia de rezar siempre y no cesar de hacerlo”.

Este “siempre” no significa que debemos rezar a cada segundo, las veinticuatro horas del día, sino que se hace indispensable mantener una continuidad moral, una incansable frecuencia en la oración. Este “siempre” puede ser sinónimo de “vida entera”. “No cesar de hacerlo”, a pesar de los atrasos en ser atendido, enfrentando o no obstáculos, en la salud o en la enfermedad, en la consolación o en la aridez.

No pensemos que este es un simple consejo de Jesús. ¡No! Es un precepto, una obligación, nadie puede prescindir de la oración. Y cuanto más alto se sube en la vida interior, mayor será el deber y la constancia en la oración.

“Vigilad y orad”, nos dice el Divino Maestro, y San Pablo insistirá: “Permaneced vigilantes en la oración” (Col 4, 2) y “Orad sin interrupción” (I Tes 5, 17). Nuestra propia naturaleza tiznada por el pecado nos exige esa actitud frente a la oración; y más aún, también así nos manda a proceder la Santa Iglesia, según determina el Concilio de Trento: “Dios no manda imposibles; y al mandarnos una cosa, nos determina hacer lo que podamos y pedirle ayuda para poder hacer aquello que no podemos” (1).

Por otro lado, la atención por parte de Dios será completa. Él no mira el tipo de necesidad o el origen o el tamaño de la misma, porque nada le es imposible. Acontecimientos, amenazas, riesgos, hombres, demonios, etc., todo está en las manos de Él y bastará un ínfimo acto de su voluntad para resolver cualquier problema. ¡Sin embargo, no olvidemos que si nos vamos a enfrentar a una dificultad, usando sólo nuestros dones y fortalezas naturales, la promesa de Dios no estará allí comprometida! ¡Es necesario que lo molestemos! Él lo exige. Aún más, debemos ser incesantes y hacerle una especie de «presión moral» sin cansarnos. ¡La continua oración de los elegidos, en medio de las dificultades clamando a su Padre, es infalible!

Además, consideremos la absoluta necesidad de la oración, en relación a la salvación eterna, de acuerdo a las fervorosas palabras de un gran Doctor de la Iglesia, San Alfonso María de Ligorio: “Terminemos este punto concluyendo de todo lo que hemos dicho que quien reza seguramente se salva y quien no reza seguramente se condena. Todos los bienaventurados, exceptuando los niños, se salvaron por la oración. Todos los condenados se pierden porque no oraron; si hubiesen rezado no se habrían perdido. Y esta es y será la mayor desesperación en el infierno, ya que ellos podrían haber logrado la salvación fácilmente cuando fue suficiente para pedirle a Dios las gracias necesarias, pero ahora estos desgraciados no tienen tiempo ya para pedir”. (2)

Recordemos el maternal consejo de María Santísima: “Hagan todo lo que Él les diga” (Juan 2, 5). Con estas palabras, Ella nos confirma, al finalizar los comentarios del Evangelio de este domingo, cuánto es indispensable rezar siempre. Y si queremos ser atendidos con mayor profusión y prontitud, hagámoslo a través de su poderosa intercesión. Así, estaremos complaciendo a Jesús, que será aún más propicio ante nuestras súplicas. ◊

[1] Decreto sobre la justificación, cap. XI.

[2] La oración, el gran medio de la salvación, Cap. I

Fuente: CLÁ DIAS EP, Mons. João Scognamiglio. In: “Lo inédito sobre los Evangelios” Vol. III, Librería Editrice Vaticana.

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