Nilda Igarza: La ilusión del hijo.

No es novedad, siempre hay un niño encantando una pelota y un padre atrapado entre laberintos de pies, cordones sueltos mareando a la esférica.  Entre realidad, fantasías, padre e hijo alguna vez confeccionan una apretujando diarios, trapos u oxigenan aquella de goma reliquia de una infancia. Aunque la curva y sus destrezas se aplasten, desvanezcan, el aliciente de estar juntos es perfecto, como la profesional del día del niño entre el verde de una canchita de barrio; el mejor Estadio. Con ilusión de jugador el chiquillo hace su entrada erguida planchando con su mano el pecho de la camiseta. El padre inspira su mejor pose atlética para hacer juntos la selfi.  Ambos se persignan ante el escenario de nubarrones pardos con luces parpadeando. Con silbato del padre, el hijo agita ambas manos invitando a su madre que ha llegado abriendo paraguas. Algunos niños interpretan para ellos la invitación y dejan de deambular aburridos. Se acercan con pellizcos a una torta frita, mientras otros embocan algunas palomitas de maíz al ladrido bocina del perro de un vecino. Con griterío contagioso comienza el partido ¡“Uruguay que no ni nooo”, “¡vamo arriba Uruguay” Grande “Uruguay”, “Uruguay nomá”. El adulto hace un saque con patada chueca y agarrándose la cabeza desaparece por un minuto del terreno de juego. No pasa nada, la culpa no es de nadie, sólo cuestión de evitar parpadeo sin respirar aire, hasta que el cielo la devuelva, descienda y agrande. Ahora estrechan pechera con pechera las costuras de un diez y otras pentagonales. Mía, tuya; los chiquillos entreveran reverendas palabrotas, esas que cuando escapan de las fauces aflojan los dientes de leche de algunos. Son esas palabras que encienden motores a los championes y de paso dan tirones a camisetas; como si ganar se gestara en una cancha donde todo se deja. _Ché, miren que es nueva y cuesta plata; la próxima la guardo y adiós, vayan a que se las regalen. ¡Támo! y que la busque el que la tiró al charco. ¡Fuiste vos Mauro, no te hagas el santito!. Va el acusado y regresa con el balón nido de hornero; lo entrega al dueño quien con una mano seca su frente transpirada, aprieta la nariz y baña de saliva unas hormigas que posan en una hoja. Intenta encismar la saltarina en su pie descalzo. Que no falte ser cancherito  – ¡Miren güirises!…, ¡ché vos!,  ¡Vean como domino también con rodilla! – ¿Quién sabe hacer esto?; ¡no saben, no saben! Ahora rumbea para el arco adversario; lo siguen a todos lados sus compañeritos de equipo. ¡Repique, toque de lonja y poste! Terco insiste emboque al rectángulo y corre a su posición que ya no recuerda si delantero, arquero. Solo interesa estar cerca de su flamante pelota, no mostrar enfado a su peor chilena y a la inesperada de cabeza del padre que dieron euforia futbolera al Goool …Así es que la pelota sin hinchas fue metida de cabeza en la bolsa que sobró de las tortas, junto a un trébol de cuatro hojas tallado por las hormigas y que no alcanzo a sostener la madre por alejarse del banco de suplentes un segundo antes. No es misterio, también se atajan gotas de lluvia que corren por las pupilas mientras retornan padre con hijo a la casa. Allí se durmió el niño, sin despedirse, escuchando la lluvia y palabras que a veces se escuchan en canchas; esperando la revancha, la de un amistoso entre tres besos caramelo. Y después retornará el domingo, con ilusión del padre de ir a invitar a su niño y llevarlo a la cancha; con ilusión del hijo de ser elevado por ambos padres como trofeo impreso” “Al Campeón de todos los tiempos”. ¡El de mis amores! Tus padres.  

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