Villa Cardal, 21 de julio de 1951 Mi amado Emilio: Hoy me decido a escribirte a pesar de que hace solo veinte días que nos vimos. ¡Qué lindo fin de semana pasamos a pesar del frío día que nos tocó! Seguramente te va a parecer una locura, pero cada día voy a la estación a la hora del tren y quedo parada en el andén aun sabiendo que no llegarás, porque me duele tu ausencia. Los días se me hacen eternos y cuento los que faltan para tu regreso. Te imagino a cada momento y creo saber lo que estás haciendo. Espero que la bufanda y el gorro que con tanto amor te tejí, te estén abrigando y te llenen del calor de mis besos y de mi cuerpo. No es fácil estar sin ti y no quiero imaginarte junto a tu esposa. Como tampoco es fácil para mí vivir en este pueblo, donde todos me señalan con el dedo y muchos ya no me saludan porque tengo una relación con un hombre casado. Te cuento que ya no puedo ir más a misa ya que el padre Pablo se enteró de lo nuestro y, aunque me parece que este cura entiende algo de amor porque no lo censuró, me dijo que era mejor que no fuera. Pero sabes que no me importa todo esto, porque mi amor por ti es más fuerte. Pero mi decisión de escribirte hoy es para contarte algo maravilloso que he descubierto y que nos unirá para siempre. ¿Recuerdas que cuando estuvimos juntos te comenté del retraso que tenía y que no entendí por qué te dejó sin palabras? Pues sí, llevo conmigo la prueba más contundente del amor que tengo y esto vale el precio que este mundo me está haciendo pagar. Quisiera habértelo dicho estando entre tus brazos, pero no pude esperar, porque estoy inmensamente feliz. El pensar en que tendremos un hijo es lo más grande que me ha pasado en la vida. Más que nunca te espero. Tuya Martha