Renunciar por completo a los afectos desordenados – por Monseñor João Clá Dias, EP

[33 “¡Del mismo modo, por lo tanto, cualquiera de ustedes, si no renuncia a todo lo que tiene, no puede ser mi discípulo!”]

En estas dos parábolas, Nuestro Señor deja claro cuán necesario es hacer los cálculos bien antes de emprender cualquier tarea, asumir una responsabilidad o librar una batalla terrenal.

Ahora, en este versículo, según la interpretación de San Agustín estaría declarado el sentido de ambas, pues, él afirma «el dinero para construir la torre y la fuerza de diez mil hombres para enfrentar a los veinte mil combatientes del otro rey, no tienen otro significado sino el de renunciar a todo cuanto posee». [1]

Y agrega el santo obispo de Hipona: «Lo anterior está de acuerdo con lo que se dice ahora, porque en la renuncia de cada uno a todo cuanto posee, también hay contenido un odio hacia su padre, madre, esposa, hijos, hermanos, hermanas e incluso a su propia vida. Todas estas cosas son propias de cada uno, y constituyen un obstáculo y un impedimento para obtener, no lo temporal y transitorio, sino aquello que es común a todos y siempre subsistirá». [2]

En resumen, hay sólo una forma de convertirse en verdaderos discípulos de Jesús: renunciar por completo a los afectos desordenados y al apego a los bienes terrenales, evitando que actúen como ataduras para nuestra vida espiritual o pesados lastres para nuestras almas. Sin desprendernos completamente de lo que nos separa de Cristo, nunca alcanzaremos el Reino de los Cielos.

Es importante destacar además, como lo hace el cardenal Gomá, que no sólo los clérigos y religiosos deben ser discípulos de Jesús, sino todos los bautizados: «Por los ejemplos de la torre y el rey, el Señor no quiere decir que cada uno de nosotros sea libre de convertirse o no en su discípulo, ya que el hombre de la torre fue libre de sentar las bases o no. Tiene la intención de enseñarnos la imposibilidad de agradar a Dios en medio de cosas que distraen el alma y en las que corre el riesgo de sucumbir por la astucia del demonio». [3]

San Beda hace una distinción entre el deber de las almas llamadas al estado de vida consagrada y la obligación de todos los fieles: «Hay una diferencia entre renunciar a todas las cosas y abandonarlas: compete a un pequeño número de personas perfectas abandonarlas, es decir, dejar a un lado las preocupaciones del mundo; y corresponde a todos los fieles renunciar a ellas, es decir, poseen cosas terrenales de tal manera que no las atan al mundo”. [4]

Los apegos desordenados nos roban la paz de alma

El Evangelio aquí comentado deja claro cuánto este desprendimiento radical y completo es la piedra fundamental de nuestra vida interior, ya siendo una familia, parte del Clero o consagrados a Dios en un instituto religioso.

En este sentido, podemos decir que la liturgia del XXIII Domingo del Tiempo Ordinario es una invitación al desapego: «El que no lleva su cruz y me sigue no puede ser mi discípulo». Esto no significa que debamos ser azotados, coronados de espinas o clavados en la cruz, como lo fue Nuestro Señor Jesucristo. La cruz que nos pide consiste principalmente en vivir separados de todo lo que es terrenal, como un águila que vuela sin ataduras para contemplar mejor el sol.

Como tantas veces hemos comprobado en la vida, el apego desordenado genera aflicciones, inseguridades y temores que nos roban la paz de alma. Por lo tanto, incluso los hombres y mujeres que no están llamados a la vida religiosa deben hacer todo con el corazón puesto en las cosas de Dios, incluso en los negocios y la administración de sus bienes. Este desapego es una condición para seguir de cerca a Nuestro Señor Jesucristo. Al hacerlo, el alma experimentará la verdadera felicidad, presagiando la alegría que tendrá en el Cielo. ◊

 [1] SAN AGUSTÍN, apud SANTO TOMÁS DE AQUINO, Catena Aurea.

[2] Idem.

[3] GOMÁ Y TOMÁS, Isidro. El Evangelio explicado. Barcelona: Casulleras, 1930, p.285.

[4] SAN BEDA, apud SANTO TOMÁS DE AQUINO, Catena Aurea.

Fuente: CLÁ DIAS EP, Mons. João Scognamiglio In: “Lo inédito sobre sobre los Evangelios”, Vol. III Librería Editrice Vaticana.

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