Servando Echeverría: El último estaba en el horno

“Recuperaron seis de los siete lechones robados en Escuela Agraria de Sarandí Grande, el séptimo ya estaba en el horno de una cocina, indicó el jefe de Policía Ruben Saavedra”.
C.W.33 RADIO FLORIDA


¡Y qué lechones produce la Escuela Agraria! Famosos por su crianza, a pura leche, a los 60 días ya con 15 kilos, generalmente cruza Landrace, Hampshire o Duroc, genética calificada.
—Pero también, mire usted dónde los tenían —decía el vecino, propietario de una chacrita lindera a la escuela, refiriéndose a la porqueriza sin seguridad ninguna–. Y ni siquiera un perro que ladre —agregaba, asombrado.


Conocedor del manejo de los chanchos no entendía cómo no se escucharon los gruñidos:
—Porque mire que los chanchos chillan como chancho embolsado, y no era uno, sino siete.
La noche sin luna que ilumine, ni sombras que delaten, es el mejor momento para aquellos que gustan de hacer cosas por detrás de la iglesia. Robaron los lechones de la Escuela, pero no todo se perdió.
“En el día de la fecha se apersonó a esta Comisaría de la 13ª sección, Sarandí Grande, un masculino que dijo llamarse Avelino Pereyra, Director de la Escuela Agraria, denunciando que, al concurrir a dicho centro de enseñanza, constató que malvivientes le hurtaron 7 lechones …”


Así comenzó el parte policial y por tanto la investigación.
El comisario dispuso lo pertinente para aclarar el hecho delegando al oficial Casiano Bermúdez y al agente de segunda Ramiro Portela -al primero por su profesionalismo y al segundo por baquiano en la zona- la investigación de lo ocurrido.


El oficial Bermúdez, constituido en el lugar del hecho -es decir en la porqueriza- resolvió que había que buscar huellas digitales porque como buen egresado de la Escuela de Policía, le enseñaron que debía hallarlas como evidencia. Allí andaba el agente de segunda Portela buscando alguna huella digital, pero como el barro estaba muy líquido informó que era imposible; al menos, aclaró, él no las veía. Pensó que las huellas digitales también las dejaban los pies…
El conocimiento de la zona que tenía Portela, toda la vida rondando esos barrios, lo convertía en sabueso de gran olfato e intuición.


El Oficial era quien pensaba la estrategia y analizando llegó a las conclusiones: no podía ser uno solo; tendrían que andar en vehículo; no podrían venderlos en el pueblo porque los descubrirían enseguida y, por último, muy conocedores de la zona.


En estas últimas conclusiones del Oficial, jugaba papel importante el baquiano de la zona, el agente Portela.
—Mire, Oficial, antes de llegar al Obelisco, hay un rancherío que calculo que el asunto está allí.
—¿Le parece tan fácil?
—No sé si fácil, pero hay alguno con aspecto de ratero…
Y llegaron al lugar, pero antes dejaron la camioneta a prudente distancia para poder sorprenderlos, si es que eran ellos los ladrones. Se divisaba, por encima de una arboleda, un humito que se levantaba recto al cielo, y un aroma que resultaba familiar.
—Pa´ mí que son ellos, mírelos a los cuatro tomando mate tranquilos.
—Pero los bichos, ¿dónde?
—Qué sé yo, pero le garanto que son.
El Oficial dio la voz de alto inmovilizando al cuarteto, quienes se hacían los desentendidos.
Revisaron todo el campito y llegando a un bajo, en medio de un chircal, asomaba un carro de pértigo. Portela, como buen baquiano, sospechó respecto al lugar donde estaba el carro, y fueron a bichar: encontraron seis lechones maneados y echados en el piso del carro.
—¡Ahhh! ¿No le dije yo que este era el echadero?
—Sí, Agente, pero falta uno.


Revisaron en el interior del rancho, nada, nada más que el calor de la cocina a leña en la que borboteaba una olla renegrida con unas pocas papas bollando. Decepcionados se retiraron, pero la intuición de Portela le decía que allí se escondía algo. Antes de subir a la camioneta con los cuatro personajes y seis lechones, dijo al Oficial:


—¡Pare, Oficial! No me gustó esa ollita con unas papas locas para cuatro hambrientos.
Volvieron. Portela, guiado por su olfato, se dirigió a la cocina y abriendo la puerta del horno, apareció bien bronceado un lechoncito. ¡El séptimo!
—¡Cuatro papas desgraciadas pa´ estos tigres!… Ta´ clavado que estaban pa´ comerse el último chancho.
Y así terminó la pesquisa.


Quedaba solo terminar el parte policial, cuyo final decía:
“Como resultado de las investigaciones se comprobó que los cuatros masculinos indagados fueron los que hurtaron los lechones, recuperando seis y el séptimo ya estaba en el horno de la cocina”.
El Jefe de Policía, asombrado por la rapidez del esclarecimiento, le preocupaba aportar al Fiscal la prueba fehaciente que comprobara que el que estaba en el horno era uno de los lechones de la Escuela.
La solución la aportó el baquiano Portela:


—¿Y no va a ser, Señor Jefe?… Si yo lo probé y me di cuenta que fue criado con leche como acostumbra la Escuela… Eso sí, estaba pasado de adobo…
¡Qué olfato y paladar el de Portela!
¡Lo que es un baquiano!

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