Bajo las estrellas y apenas iluminados por la luna llena, una tribu de errantes caminantes, avanza lentamente por el desierto.
Aprovechan el fresco de la noche, lo que hace que su caminata sea más soportable.
Desde un árbol reseco, posado en una de sus ramas puntiagudas y esqueléticas, observaba un búho las arenas, donde una serpiente humana dejaba múltiples huellas desparejas.
Oteando el horizonte, los caminantes ansían llegar al refugio del oasis para descansar. Su carga es tan diversa: impotencia, tristeza, bártulos grandes y pequeños, su magro tesoro: los animales que les proporcionan abrigo y alimento, tironeando las cuerdas que van dejando surcos en sus manos curtidas, los niños aferrados a sus madres, los ancianos ayudándose de un palo, para seguir inmersos en esa marea humana.
Como una gran ola se desplazan, ya no con la prisa y el brío de la huida, sino a punto de romperse, desarmándose en la orilla…
Tribu de errantes caminantes, despojados de su patria, su hábitat natural, su vivienda, sus logros, sus recuerdos, sus olores.
Despojados de todo, refugiados del Mundo. Casi sin anhelos ni esperanza, continúan vagando… hasta donde las fuerzas les permitan.
Amanece… ¡por fin!
Aquellas aves que se desplazan casi bailando en el cielo, les dan la bienvenida anunciándoles que estaban llegando al ansiado oasis, para descansar y recargar valor y energías para continuar.
Su peregrinaje aún seguiría, el fin de su errático viaje nadie lo sabía.