Sentada al resguardo de la sombra, absorta en sus pensamientos, la sobresaltó un ruido, más bien, un estallido…allí en el suelo, un durazno ya muy maduro se había desprendido del árbol cayendo estrepitosamente.
Su piel en girones y su pulpa amarillenta, casi marrón dorado se escurría en el suelo.
Pronto hubo pájaros picoteando esos jirones para llegar a la carnosidad dulce del fruto… y filas de hormigas se iban formando, tomando su porción.
Pensó en las semejanzas de la vida, abrumada en sus sentimientos al ver ese panorama.
Así se sentía ella: madura, destrozada.
Hasta allí la habían llevado como siempre, los sentimientos: amor, tristeza, esperanza, rencor, alegría, enojo, desilusión… todos los sentimientos posibles; y los había sobrevivido con los clichés: “lo que no te mata te fortalece”, “todo sufrimiento deja una enseñanza”, “el poder de la resiliencia” …
Volvió a mirar, ahora solo quedaba como una coraza, el carozo, pulcro de pulpa jugosa.
Los pájaros y las hormigas habían terminado su labor, se habían marchado.
El carozo quedó ahí, protegiendo la simiente.
A salvo en su interior, la tierna pepita llena de vida, esperaba un nuevo comienzo, renacer…
La simetría de la vida… también su corazón había endurecido, protegiendo su alma, para volver a renacer, no sabía cuándo ni cómo. Pero allí estaba a resguardo, esperando para volver, ella también, a renacer, en algún momento, en algún lugar. Pero eso… en otro tiempo, aún indefinido.
Susana Seoane: Simetría
