Amigos

Ruben Flores

Converso con el hombre que siempre va conmigo,
quien habla solo espera hablar a Dios un día.
Mi soliloquio es plática con este buen amigo
que me enseñó el secreto de la filantropía.
ANTONIO MACHADO

Mis dos amigos más cercanos son mi muy vieja sillita de totora y mi mate porongo.
Sobre todo desde que me di cuenta de que Porongo podía hablar conmigo.
No puede hablar con nadie más, pero mientras yo tomo mate, a veces con los ojos entrecerrados, ensimismado en mis recuerdos o pensando en la realidad que me rodea, él me escucha y conversamos.
I
―Ya son las 5 y 30 de la mañana, es hora de amarguear.
―Esto de la guerra me tiene bastante asustado, si no paran esto, nos van a llevar a todos
―Sí, pero vos te hacés demasiada mala sangre, nada podés hacer sobre eso.
―Lo sé muy bien.
―Pero, aun así, no puedo dejar de pensar en lo que seguramente pasará.
―Voy a poner las migas de pan para los gorriones. Ellos me visitan todos los días.
No fallan, son mis amigos.
―Las flores vienen lindas.
―Suerte que conseguí en la feria esa plantita de lavanda. Tengo que conseguir otras más.
―Ellas también son mis amigas, todas las flores.
II
―Decime, Esculapio, he visto que hablas en voz baja con tus flores.
―Sí .
―¿Y qué les decís?
―Que son las flores más bellas del barrio y que las quiero mucho.
―Claro que me entienden.
―¿Cómo lo sabés?
―Perfuman más y se ponen contentas.
―¡Ah!
―¿Noticias de tu familia allá lejos?
―No .
―¡Qué tristes son las tardes de sábado! Casi nadie en las calles. ¡Cuánta soledad!
―Me hace falta un perro chico.
―Claro que estaría bueno eso.
―Mmm, voy a ver .¿Vamos a la Plaza, Porongo?
III
―Este es mi banco aquí. Desde que era niño y venía a Misa todos los domingos.
Allí había un árbol. Un plátano. En una de sus horquetas yo dejaba la hostia.
Era amarga y no me gustaba.
―¿Pero el Cura no se enteraba?
―Que Dios me perdone.
―Volvamos a casa.
―Sí, Porongo.

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