Daiana Castañares
¿Cómo se mide la espuma
que resbala de la cerveza?
Pablo Neruda
Apenas pasaban las diez de la noche, pero yo ya cargaba en mi ser varios tragos de alcohol, abnegada en mi necesidad de ahogar mis penurias amorosas. Mis manos envolvían con desgastada desesperación la jarra que ahora volvía a llenarse, entumeciendo mis dedos cansados de teclear mensajes de amor sin destinatario que quisiera realmente recibirlos.
El primer sorbo de cerveza me supo a gloria, pero rabiosa, cuando el frío ingresó a mi cuerpo cual puñalada en el pecho. Tan fría como la mirada de Laura dando un portazo antes de sacar su valija de la casa. La espuma acarició mi paladar y recordé la suavidad de sus manos rodeando mi cintura, cuando el frío no era frío y las noches olían a cerveza y sudor, el calor de nuestra piel unida en abrazos eternos. Esas épocas en que lo infinito era susurrarle poemas a la medianoche, dibujando decenas de estrellas en sus ojos de miel.
Así de efímero como el vaso que de nuevo estaba vacío, y yo aún sin poder desvestirme de mi enajenada tristeza.
No fueron pocas las veces que tiradas en el patio nos desvelamos entre risas, entre libros y música, haciéndonos más preguntas sin respuestas. Preguntas, las mismas que me hacía yo ahora entre lágrimas observando como la espuma de la cerveza subía más y más al servirla, solo para recordarte leyendo a Neruda en el patio.
—¿Cómo se mide la espuma que resbala de la cerveza? —leíste mientras jugabas con un mechón de mi pelo. Y no supe responderte entonces, aunque tenía la fuerte convicción de que algún día daría respuesta a alguna de tus tantas preguntas.
Después de un tiempo pude adivinarla, cuando mientras me servía una cerveza comenzabas a besarme en el recoveco de mi cuello, sin prisas, pero sin pausas, y la tentación acechando me hacía olvidar la bebida y la espuma rebasaba entonces el borde del cristal. O cuando me leías alguna estrofa de tu novela favorita, y los ojos te brillaban como si me citaras los votos matrimoniales que alguna vez nos juramos hacer. Entonces la espuma volvía a caer cual cascada sobre la mesa, y no me importaba desperdiciar algo de alcohol con tal de no interrumpirte ni dejar de cautivarme por tu mirada.
La espuma se medía en momentos de ardua entrega, cuanto más atónitas estábamos en nuestras emociones, en el mutuo sentir, en el tacto unísono que nos llevaba insistentemente al insomnio y las caricias. Una medida similar al amor.
Pero tu ausencia ha cambiado hoy el criterio, y ya no necesito del amor o la excitación o incluso tu voz para que la espuma vuelva a caer cual cascada por el cristal. Hoy son tus vacíos los que me derrumban, el recuerdo de tu mirada agonizando en mi pecho, los mil y un dramas que nos hicimos cuando ya no pudimos sostener lo que parecía ser infinito.
Lo pienso y no encuentro más deseo en este momento que encontrarte por algún rincón del barrio Cordón para iluminarte con mi contradictoria respuesta, e invitarte sin apuros a experimentar nuevas formas de medir la espuma de la cerveza.