• 30 de septiembre de 2023

Antonio Lissio: Despertar

Jun 23, 2023

No bien cruzado el umbral, eché una mirada, la feroz realidad que a diario me devora.
―De sueños no se vive ― solían decirme―. Tanto tienes, tanto vales.


Y yo que era dueño de nada, ansioso esperaba la noche. Si eran simples sueños, no importaba, me sentía feliz en ellos, allí hacía mis realidades y, gracias a ellas, continuaba viviendo.


A diario ―a noche, mejor dicho― atravesaba el umbral en busca de ella. Allí, a su lado, era completamente feliz. Otra cosa no necesitaba, con ella lo tenía todo: sus ojos que denotaban amor, su piel, húmeda y tibia sugiriendo amor, su voz, susurro que apenas resaltaba el canto de insectos nocturnos. ¿Puede un muchacho soñador aspirar a algo más? No, ella conmigo, aquí, y recordando la cruda realidad, que tras el umbral había quedado, nada más que eso, para sentirme en el paraíso.


El cómo regresaba yo de esto lo ignoro. Aunque día tras día, al despertar, estaba en el mundo real, el de pantalones gastados y a media canilla ―causa de ir de prisa al mundo del hombre―, sudoroso tras regresar de alguna changa, pero imposible evitarla, ―aquí hay que comer a diario―. Es demasiado el desgaste, más, cuando el camino es más largo. No quiero que ella, la que a veces me encuentra en el mundo de los sueños, me vea así de mal vestido, oliendo a necesidad. Por eso llego tarde a casa, para que ni ella, ni nadie me vea.
Me mata, pero me gusta. No quería que me viese, menos aún, en una crisis que me devoraba.


―Hubo veces en las cuales no creí salir de ella jamás―, y aun así deseaba verla, mirarla sin esperanza, en esta real vida, no podía esperar a la noche tras la puerta para verla y estar con ella envuelta en penumbras, envuelta en aquella túnica blanca, cual diosa griega, y oír aquel respirar agitado, diciéndome “Ven, ven”.
No siempre existe en uno un rincón de vanidad para poder decirle a un pariente, ―Esa es mi novia, de día no quiere verme, pero llegada la noche, no bien dejo atrás el umbral, me espera para morir en mis brazos, si es necesario, y yo, perdoná, dejo lo que sea por verla.


Explotó en risotadas, el malvado pariente, luego dijo:
―Te felicito. Si esa es tu novia, ¿a qué aspiro yo? Es mucho para vos. una así, da para mí, para vos, y alguno más. Mirá si va a perder su tiempo fijándose en vos.


Ignoro, quién me prestó la fuerza para romperle la cara, y aquella noche me acosté sin probar bocado. Me urgía llegar a ella, preguntarle si me amaba, esperaba que me dijera que eran mentiras las palabras del pariente, que ella sería para mí y para nadie más.


La sentí algo distante aquella noche al encontrarla tras la puerta. Sentí que algo en ella había cambiado, pero lo mismo insistí, viéndola, aunque más no fuera, de lejos, entre aquellas penumbras y una túnica de diosa, que noche a noche se me antojaba más distante, y como siempre, yéndome al amanecer.


Se me había escapado el tiempo como agua por dentro de los dedos. Me acosté más temprano esa noche. Sentí como nunca la necesidad de soñar, de volver atrás. Nada de nombrarle a aquel pariente prosaico y sus risotadas insidiosas, quería que todo volviera al antes. Si era necesario, me conformaría con verla en el sueño, en las penumbras, pero sentirla, que tras el umbral estaría esperándome. Frenético corrí hacia la puerta, con más prisa que nunca. La vi cerrada, tiré del pestillo, y fue en vano, no se abrió.


Se me antojó interminable el regreso, preguntándome el por qué de lo sucedido, me tiré vestido en la cama, y no hubo sueño, ni camino, ni puerta, ni diosa griega.


Me había vuelto grande, en una noche, había perdido lo más bonito que tiene un adolescente: la capacidad de soñar despierto, y aquella realidad, cruda como una bofetada, que me decía: “Tardaste mucho, tus sueños se desvanecieron, y por ellos, hoy no tienes una puerta que se abra, para un futuro en la realidad”.

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