Araceli Faggiani: La ventana

Había sido un invierno crudo, con mucho frío y poco sol. La lluvia caía frecuentemente con fuerza inundando todo, como hoy. Recorro esta amplia avenida – otrora alameda-, lo cual hago a diario en habituales visitas de médico, Pero, ahora, bajo esta lluvia torrencial, me detengo a observar la gran casa solariega, tantas veces vista a lo largo de tantos años. Solía verse hermosa con su grandeza y solemnidad, plena de vida, con múltiples árboles en su jardín y, en primavera, hermosos rosales y azaleas, semejante a una pintura impresionista. Se desplazaban a su alrededor un sinfín de vehículos que entraban y salían por un portón hacia un amplio depósito en el fondo de la casa. A través de sus ventanas siempre abiertas- se movían, en un alegre ir y venir, subiendo o bajando sus escaleras, variado número de personas, y en invierno, frente al chisporroteante fuego del hogar, que se veía de la calle, la niña que jugaba alegremente. Siempre, siempre se percibía su imagen: la niña rubia de pocos años, de grandes ojos azules, corriendo. Pero en un momento se detuvo el tiempo -tras su accidente- y, desde entonces, ella y su madre solas compartían la gran casa. Su imagen de niña quedo fija, casi inmóvil tras el ventanal. La casa enmudeció. Solo ella permaneció tras la ventana con los visillos elevados, tras el vidrio, mirando con ojos casi vacíos, hacia la amplia avenida, cuando a su madre lentamente la envolvieron las sombras del olvido del cual no se vuelve. La niña se hizo mujer detrás de la ventana, ahora sola, mirando al vacío. ¿Qué pensamientos surcarán su mente, de vida perdida, de soles ocultos, de lluvias caídas, de vientos violentos, siempre igual allí, tras esa casa, ahora cubierta de enredaderas que, como dedos se desplazan por sus paredes, atrapándola, rodeada por el jardín lleno de matas, con sus enormes árboles que, llevados por el viento parecen querer correr? Solo ella permanece en la ventana con sus grandes ojos azules, esperando…

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