Daiana Castañares: El andén

Mis dedos acarician el papel, imaginando que es otra la superficie sobre la que se deslizan. Imaginan y se pierden en los recuerdos, en las oportunidades desperdiciadas. Y conforme tu caligrafía se acerca al borde inferior de la carta, el ímpetu por correr en dirección al andén crece más y más.
Los latidos se aceleran, y es tu voz acariciando mis oídos la que vuelve a llamarme una vez más. Pero me doy vuelta y no estás ahí, sino en mi cabeza y en mis memorias malditas recordándome que te vas. Sí, te vas, y yo acá sosteniendo tu carta mientras mi cuerpo entero tiembla.
Había estado ciego por tantos años que ahora la llama ardiente de mi amor parece incendiarlo todo. Te amaba, aún te amo, y yo solo persiguiendo la estúpida ilusión de una vida que ni siquiera me gustaba soñar. Era el futuro perfecto alejándome de vos, de nuestra promesa de un amor eterno y una vida juntos.
Mis dedos aprietan el papel con fuerza, mi desesperación resquebrajando el tiempo en pedazos.
Me queda una oportunidad. Solo una.
Mis pasos se pierden en el camino de tierra, una lenta agonía profetizando el mayor de los desastres porque, ¿qué otra cosa es peor que una vida lejos de tu amor? Ni siquiera podría llamarla vida. Debí saberlo, debí luchar por eso cuando aún no me dejaba enceguecer por el resto. Ahora es tarde, cada vez más tarde. Y suenan las campanadas y dan las tres.
El tiempo se detiene en ese instante. Se detiene y solo son mis lágrimas las que parecen desafiar tal inmutabilidad.
Me detengo junto a un árbol tratando de recuperar el aire, pero, no importa si lo hago o no, o si los latidos de mi corazón vuelven a su ritmo normal. El tiempo y mis miedos han hecho de las suyas.
A lo lejos, el tren donde mis sueños huyen avanza sin importarle mi dolor. Avanza y se lleva lo único por lo que alguna vez quise luchar.
Perdí. De nuevo, y por última vez, te vuelvo a perder.

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