Por: Servando Echeverria
El primer sorbo le raspó la garganta y quemó el estómago, pero estabilizó su pulso. Ahora sí podía levantar la copita rebosante de caña sin que su mano temblorosa derramara parte del líquido; y templó su ánimo. De ahí en más podía seguir con sucesión de copas, afirmarse en el mostrador y encarar cuantos temas surgieran en el boliche, porque el alcohol le provocaba eso de sentirse vivo, dicharachero, hablador.
Amanecido luego de larga borrachera, repuesto de la ingesta gracias al reparador descanso, aún quedaban párpados hinchados, ojos lagañosos, pasos inseguros y lo más complicado, el temblor de sus manos. Llegar al boliche, donde tenía un fiado imposible de saldar, significaba volver a la normalidad luego del primer trago que incitaba a otros seguidos.
Hablador, alegre, flor de amigo entre amigos coperos. Pagaba alguna vuelta y el saldo de la cuenta bajaba poco, pero no importaba, el bolichero sabía que al final cobraría algo más de lo que consumía por aquello de que la cuenta la llevaba él mismo.
El frenesí finalizaba a la salida del bar y encarar la calle; se esfumaba la alegría, el dicharachero se movía bamboleante y con mirada turbia. Ya no estaría rodeado de amigos que brindaban levantando copas, sino que el choque sería con los peatones que en vano tratarían de esquivarlo, se les venía encima.
Aún quedaba lo peor, llegar a su casa. Allí desaparecía el bonachón, cuentero y de sonrisa fácil, lo esperaría su pareja ya acostumbrada a la situación que aceptaba por ser quien aportaba el principal ingreso económico.
Su transformación de ánimo sería notoria: violento, gritón, balbuceante, siempre achacando a su pareja por cuestiones sin sentido. Ya acabado el amor que los unió en su momento, ahora sería soportar una situación sin salida.
Una noche ella tuvo una pesadilla en la que se rebelaba y lo atacaba agrediéndolo tantas veces hasta que se sintió libre, por fin libre… Pero fue tan solo un sueño, al despertar sobresaltada, constató que a su lado él continuaba durmiendo desgreñado e inundando la habitación en un insoportable vaho de alcohol.
Y a la mañana seguiría todo como siempre: tembloroso y de mal humor, se dirigiría al boliche para estabilizar su cuerpo, brindar con amigos coperos, retornar a su hogar con gritos, malhumor, hasta dormirse en un tronar en ronquidos.
Allí estaría ella, sucumbiendo sumida en su tristeza…