Prohibido Reir

Por: Isabel Rodriguez Orlando

¿Y es posible que vuestra merced no eche de ver que es pura
verdad la que le digo, y que en esta prisión y desgracia tiene más parte la malicia que el encanto?
Miguel de Cervantes
Don Quijote de la Mancha

Era larga la espera y estábamos cansados. Viejos, adultos, jóvenes, adolescentes y niños, todos en la larga cola para entrar a visitar —una vez por semana— a los presos políticos.
En este caso, todos militares opositores a la dictadura que pagarían con largos años de cárcel su defensa de la libertad de su patria. Presos y torturados por los mismos que habían sido sus compañeros de estudio, sus compañeros devenidos en dictadores.
Estaban cansados del trajín que empezaba el día antes, con comida recién hecha, porque el día anterior había que comprar todo lo del surtido y, ese mismo día se preparaba la comida para llevarla tibia.
Llevaba horas acondicionar todo. Algunas horas más de viaje, alguna hora más para entregar bolsos y documentos, cola para la requisa, y, al fin, cola para entrar.
Y, a veces, nos reíamos. Nos reíamos de lo absurdo de todo aquello.
Un sábado de tantos, N., que tenía tan solo trece años, empezó a reírse. De nada empezó a reírse.
—¡No se ría! —le gritó un guardia.
—¿Que no me ría? —exclamó preguntando N. asombrada.
—¡Sí! ¡Que no se ría!
—¿Por qué?
—¡Guarde silencio! —le gritó otra vez el guardia no encontrando argumentos.
—¿Por qué? ¿Por qué? —decía N. y reía cada vez más.
Ya era una tentación que ella no podía controlar.
Nosotros —los grandes— primero sonreíamos y movíamos la cabeza como diciendo “¡No se puede creer!” Pero, al final, también nos reíamos.
—¡Salga de la fila! Hoy no entra —gritó el guardia furioso con la causante de aquel desorden.
Y entonces, en solidaridad, estallamos todos en una carcajada general y no paramos de reírnos.
El guardia —que quizás no fuera una mala persona— tenía cara de no saber qué hacer. Pareció por un momento que iba a tomar alguna otra medida más severa, pero se quedó como maquinando algo que no se atrevía a poner en práctica.
Llegó el momento de entrar. Los presos nos recibieron con gestos de asombro.
Minutos más tarde se enteraban de que N. no había podido entrar a ver a su padre por negarse a cumplir la orden de no reírse.

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