Por: Susana Seoane
En un estante del librero, hermosamente forrada como cofre del tesoro, en mi casa había una caja repleta de fotos familiares.
La nostalgia del día lluvioso me llevó a revolver en ella.
Fui sacando los recuerdos… a veces, regresando a esos momentos.
De pronto, me atrapó una foto en blanco y negro, en la casa de mi abuela, allá lejos en el tiempo. Mi hermana y yo, sentadas bajo una frondosa higuera que, en sus mejores años, supo regalarnos su dulce néctar.
Cuántos soles, cuántas lunas, se intercambiaron desde entonces.
Mirando esa foto vintage, nos recordé corriendo en casa por la galería hasta llegar al huerto. Allí estaba el quincho de mi padre, el de los asados familiares, los sembrados con guirnaldas de retazos coloreados que mi madre esparcía para desalentar los pichones.
Mucha sombra cobijaba en ese huerto los juegos de mi infancia. Pero el más importante era el majestuoso sauce, porque era el correo de las hadas. En él nos dejaban chocolatines, según decía mi madre, cuando nos merecíamos un premio.
Volví otra vez, a esa foto en blanco y negro que había encontrado y se escaparon mis lágrimas.
¡Cuánto te extraño, hermana!
Porque hace mucho, mucho, te fuiste a jugar con las hadas.