Fanny Folgar: Antonio, el rezador

El pobre Antonio traga más libros que alimentos, comentó mi madre mientras lo observaba sacando yuyos del jardín.
No sé cuántos años tenía cuando se fue, pues yo lo conocí todavía niña, más tarde lo conocieron mis hijos, y ya grandes ellos, Antonio aún recorría el pueblo con su Biblia y su rosario.
Siempre igual, los años no pasaban para él y, para encontrarlo, había que ir a la iglesia, creo que en su casa solo dormía. Era el rezador de nuestro pueblo.
¡Cuidado, que si pasaba Antonio apurado con el rosario en la mano, en fija había un velorio! Cuando alguien fallecía, era el primero en estar allí para organizar todo, y nadie podía negarse, el rosario era sagrado.
Una tarde, al regresar de misa, la mayor de mis hijas venía furiosa…-¿Sabes mamá?, Antonio me dijo que, otra vez que vaya con solera a misa, no me deja entrar, ¿Qué se creerá?, parece medio loco y cree que la iglesia es suya.
Ella tenía por ese entonces doce años, y toda la rebeldía a mano. Nos reímos todos por su furia, y les conté lo que a su vez me había contado mi madre sobre él:
-Su vocación era ser sacerdote, y estuvo unos años internado en un seminario, pero enfermó de los nervios, y hubo de retirarse, aunque su vida la dedicó por entero a la iglesia, si alguien necesitaba algo, allí estaba él dispuesto a buscarle una solución. Vivió solo muchos años al morir sus padres, pero siempre siguió su rutina hasta que lo acogió el hogar de ancianos del pueblo; mas nunca abandonó su verdadero hogar: todos los días, por unas horas lo ibas a encontrar en la iglesia, con su Biblia y su rosario.

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