José Luis Llugain: Has venido por mí

Has venido por mí y acá estoy, en el balcón, el lugar que elegí para comunicarme contigo cada día desde que partiste. La brisa en el rostro me hace recordar tus caricias. ¡Qué placer! Dentro de poco rato tú me las darás personalmente, porque a partir de hoy ¡estaremos por siempre juntos!, tal como era nuestro deseo desde que nos conocimos…

Ahora me estoy acordando del día en que nos conocimos, en aquella fiesta de casamiento a la que fuimos con nuestras parejas, era una fiesta más donde nada hacía prever que pudiera suceder algo inesperado. ¡Pero ocurrió! Desde que nuestras miradas se cruzaron, ya no pudimos dejar de hacerlo. Yo intentaba detectar qué conocido en común teníamos que nos sirviera de nexo para vincularnos. Al poco rato encontré la oportunidad y, cuando tú y tu esposo se acercaron a esa persona, yo hice lo mismo con mi esposa, y nos presentaron. Todo funcionó de manera natural, la estrategia pasó desapercibida para todos, en especial para nuestras parejas…

Y a los pocos días pudimos encontrarnos personalmente y, desde entonces, el deseo de estar juntos nos dominó, el fuego de la pasión nos fue abrazando y ya no pudimos escapar de él… Estar de a dos no era fácil, nuestros compromisos nos impedían romper las cadenas, pero ambos aspirábamos a que en poco tiempo más, podríamos liberarnos de esas ataduras y vivir a plenitud y a la luz del día nuestro amor… ¡Vaya si durante todo ese tiempo tuvimos que darnos maña para poder encontrarnos sin que nadie nos descubriera! Tu consultorio era nuestro “nido de amor”.

Me acuerdo que yo te llevaba medicamentos o publicidad médica; esa era la oportunidad para nuestros encuentros de una forma sutil. Y si el tiempo era escaso, por lo menos te dejaba cartas entremezcladas con los folletos. Creo que nadie se percató de lo nuestro; y, si así fue, nunca hubo problemas por eso. ¡Al menos eso me pareció siempre! …Lo que sí me atormentaba era la puja que yo tenía conmigo mismo. Era consciente de que le estaba siendo infiel a mi esposa, pero no hallaba el modo de sincerarme y de facilitar la separación con el menor daño posible.

Desde afuera tal vez parecía un acto de cobardía, de falta de sinceridad por no querer encarar la situación de frente y cortar el vínculo con adultez ateniéndome a las consecuencias -las que fueran-, pero lo que yo intentaba era terminar la relación con delicadeza, pero nunca llegaba el momento apropiado. Sin embargo, desde la semana pasada ya no fue necesario seguir pensando en mi separación. El fatal accidente que tuviste acabó bruscamente el plan que habíamos imaginado para nosotros. ¡Jamás podremos concretarlo! ¿Por qué nos tuvo que pasar esto a nosotros?

¡Maldito destino!… Te fuiste sin ni siquiera poder despedirnos; no solo me quedé sin ti, sino que también sin saber qué hacer con mi vida. Me siento solo en este mundo, no me atrae la idea de seguir el resto de mi vida en esta noria sin fin que me asfixia, de la que tenía previsto zafar en poco tiempo. Todos mis planes giraban en torno a un futuro compartido contigo ¡y eso no se concretará jamás! Al menos en esta vida… Sin ti no tiene caso seguir. Ya no quiero postergar ninguna otra decisión importante para mi vida. No quiero seguir actuando como el cobarde que siempre he sido.

Tampoco quiero seguir mintiéndole a mi esposa, quien siempre ha sido afectuosa conmigo y que si, en algún momento sospechó algo de lo nuestro, nunca me lo hizo saber ni me lo recriminó. Ella no se merece que la siga ninguneando… Hoy he tomado una decisión: ¡Me voy contigo, mi amor! Es la más adecuada para todos…

Desde este balcón volaré hacia ti, hacia nuestro eterno encuentro. ¡Espérame, que ya voy!

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *