Camino por el centro de mi ciudad con pasos lentos. El reflejo de las vidrieras de los comercios me devuelve una imagen distorsionada e irreconocible de mi cuerpo.
Me gusta el paseo por el centro, allí está todo. Cada tanto me detengo para observar los escaparates, aunque en verdad es para mirar de soslayo un cuerpo que es el mío y que por momentos no reconozco.
De frente no me animo mirarme en los espejos porque temo que ese plano de visión me horrorice de mi propio rostro. Ya lo he visto y no quiero más.
El pelo desgreñado, largo, amarillento, sin brillo y que cae muerto sobre mis hombros. El mentón siempre igual, con esa barba en forma de candado que continúa raleada y enrulada hacia los maxilares. Boca más vale cerrada por los espacios negros de dientes ausentes. Los ojos hundidos, inyectados con párpados caídos como dos faros rojizos y apagados, más aún que miran sin ver en dirección a la nada.
Me gusta el centro de mi ciudad, por allí transitamos todos y si estamos todos, surgirán oportunidades que pueda aprovechar.
Mi cuerpo desgarbado, levemente inclinado hacia adelante, pasos cortos y vacilantes, enfundado en ropa tan envejecida y gastada que emite un olor como cuando revolvemos barro. ¿Ese es mi olor? ¿Será? No sé, para deprimirme me basta con el reflejo que me devuelven los espejos comerciales.
Cada tanto una parada, recostado a alguna pared, converso con amigos. Me gusta charlar con amigos y lo hago hasta que caigo en la cuenta que simplemente hablo conmigo mismo; nadie se detiene ante mi presencia. Ya estoy demasiado afectado por aquella quien fuera mi gran compañera de tantos momentos alegres, pero que tarde comprendí de su falsedad y perversión.
Así quedé, destruido.
En otra época supe pasear mi elegancia, vitalidad y con garbo de galán me gustaba recorrer el centro y compartir con amigos. Ese sí era yo…
Todo cambió desde aquel día que, por gracia de probar cosas nuevas, me vinculé con la droga. Un día un poco, otro más y otro también… Junto a mi cuerpo perdido, otrora esbelto, se fueron ilusiones, amores, amigos, mi vida… precipitándose a la nada.
Me gusta el centro porque allí mendigo recursos para poder seguir con aquella pérfida compañera que ya sin retorno, no me abandona.
Ese cuerpo que de reojo veo, encorvado y andrajoso, encubre una mente que ya no puede seguir con mínima coherencia.
Tan solo un día, un solo día bastó para lo que creí el elixir de la vida… Me encuentro ahora abandonado en un espacio vacío, inerte, ingrávido…