José Luis Llugain: Llévame a París

«Llévame a París cuando festejemos las Bodas de Plata», me dijiste cuando cumplimos nuestro primer año de casados. Ese era tu deseo desde niña, acunado en el colegio donde estudiaste, y que nunca pudiste concretar. Sin titubear un instante, mi promesa de hacer realidad tu sueño saltó de mis labios. «Sí, mi amor, ya falta menos para tomar el vuelo», fue mi respuesta, consustanciado también con tu deseo, el que había hecho carne en mí luego de tantas veces de escuchártelo decir. A partir de ese momento, nunca dejó de estar en nuestros proyectos la idea del anhelado viaje. Mientras tanto, nuestra vida de casados siguió su marcha bastante tranquilamente: mejoramos en nuestros trabajos, llegaron los niños, compramos un auto y años después un apartamento y hasta efectuamos algún viaje corto por la región, pero siempre con la mira puesta en nuestro gran objetivo a la hora de asumir deudas. Quince años nos insumió pagar la totalidad de las cuotas de la compra del apartamento. Cuando llegó ese día, y sin decir palabra alguna, nuestros ojos se cruzaron llenos de emoción y hasta con alguna lágrima pensando lo mismo: «Ahora sí será posible -¡al fin!- reunir el dinero para viajar a París». Disponíamos de escasos tres años para juntar la suma necesaria, pero hicimos cálculos y concluimos en que eso sería posible. Empero, pocos meses después, comenzaste a sentir dolor en uno de tus pechos. Sin más demora, comenzó tu vía crucis por todos los médicos que te atendieron y cumpliendo a rajatabla con cada uno de los tratamientos que te indicaron. Tus ansias de vivir eran muy fuertes, te sentías aún joven para seguir apostando a la vida y, además, tenías un sueño que cumplir. Pero, todo fue en vano, tu vida se nos fue como agua entre los dedos. «Mi amor, ¡qué lindo es París! Aquí estoy hoy con nuestros hijos, conmemorando nuestras Bodas de Plata, en la escalinata del Sacre Coeur contemplando desde lo alto las bellezas de París, haciendo realidad el sueño que tú abrigaste durante tantos años y que yo te prometí concretar veinticuatro años atrás. Tú no estás físicamente y, sin embargo, estás presente, permaneces viva en mí, en nosotros, «tu» familia, y así será por siempre. «A nuestros hijos les vivo diciendo que tengan sueños (los que sean, no importa), que luchen por ellos y que no desperdicien tiempo ni oportunidades por alcanzarlos. Debemos darle un norte a nuestras cortas vidas y los sueños deben ser nuestra brújula»

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