Al caer la tarde, llegó Nando a la puerta de la casa de su novia, Valeria, y tocó el timbre.
―¿Quién es? ―preguntó Amanda, la empleada doméstica a través del intercomunicador.
―¡Hola! Soy Nando.
―¿Qué querés?
―¿Vengo a ver a Valeria? Me está esperando.
―Pasá al vestíbulo y enseguida le aviso que llegaste.
―Gracias ―dijo Nando al tiempo que impulsaba la puerta de la calle, cuyo seguro había sido destrancado por Amanda.
Pasaron varios minutos hasta que se abrió la puerta que comunicaba al vestíbulo con la sala de la casa. Era Amanda.
―Valeria se siente mal y no podrá verte ―le dijo―. Lo mejor será que te vayas.
―Pero… ¿cómo? Si con ella hablé hoy al mediodía y estaba bien. A ver, dejame pasar para verla.
―Ya te he dicho que ella está algo indispuesta y que no podrá verte. Andate, por favor.
―Ay, Amanda, no seas mala conmigo ―insistió Nando―. Dejame pasar un minuto nada más. Solo quiero saludarla.
―No podés pasar. Te repito, lo mejor es que te vayas.
―Pues no me voy hasta no ver a Valeria ―expresó Nando con un gesto de porfiado.
―Esperá un poco a ver qué puedo hacer ―le dijo Amanda y regresó al interior de la casa.
Pasaron varios minutos hasta que se abrió la puerta que comunicaba al vestíbulo con la sala. Era Miguel, el padre de Valeria, con rostro serio.
―Ya te dijo la empleada que Valeria está enferma y que no te verá. ¿Es que acaso no entendiste? ―le increpó a Nando
―Entendí lo que ella me dijo. Solo quiero verla un momento.
―Pues no vas a verla ni ahora ni nunca ―le dijo Miguel con un tono de voz más alto―. Es más, ya no vengas a esta casa. No pasarás más allá del vestíbulo. Aquí no sos bien recibido. Y si eso no te lo dijo todavía Valeria, te lo digo yo que soy su padre… ¡y punto! Así que andate ya. Terminemos con este asunto de una buena vez y en paz.
―Pero… ¿Qué pasó? Siempre me he llevado bien con ella y también con usted.
―No tengo por qué darte explicaciones, pero te responderé con una sola palabra: “futuro”. No creo que sepas qué es eso ni tampoco veo, por tus actitudes, que te interese saberlo.
―¿Qué tiene que ver el futuro con todo esto?
―Para vos no existe el futuro y yo quiero uno para mi hija. No importa cuál, pero que tenga uno. La vida no termina hoy y hay que prepararse para mañana.
―Sigo sin entender lo que usted me dice. De qué futuro me habla si todavía no terminamos el liceo y tenemos una vida por delante. Ya habrá tiempo para preocuparse por el futuro.
―Ahí está el asunto. Vos vivís el presente y nada más, no te preocupás por otra cosa que no sea del hoy. No te interesa el futuro, no existe para vos ni te ocupás en pensar qué querés ser o hacer luego de terminar el liceo… ¡Y eso no es lo que quiero para mi hija! Así que andate ya ―le dijo al mismo tiempo que abría la puerta a la calle―. Adiós. Hacé de tu vida lo que quieras.
Nando ya no supo qué más decir. Simplemente optó por bajar la cabeza y abandonar la casa. Estaba seguro que lo de la enfermedad de Valeria era una burda mentira, así que se quedó un rato esperando cerca de la casa por si ella salía en su búsqueda. No tuvo éxito en su intento. Tampoco lo tuvo llamándola por teléfono, pues el contacto estaba bloqueado. ¡Nada!
Resignado, decidió irse para su casa. Al llegar a la esquina casi fue atropellado por un auto deportivo que dobló a alta velocidad. Algo repuesto del susto, Nando giró la cabeza para ver al coche en su alocada marcha hacia quién sabe dónde; pero, para su sorpresa, este se detuvo bruscamente en la puerta de la casa de Valeria.
Intrigado, Nando regresó sobre sus pasos para averiguar qué estaba sucediendo en esos momentos. Fue entonces que vio descender del auto a un hombre joven con muy buena presencia, quien raudamente se dirigió hacia la casa.
En ese momento comprendió lo que estaba ocurriendo: acababa de arribar “el futuro” para Valeria.