Cuando por fin llegó Simón a la casa, le abrazó y quedaron así por un largo rato. Fue amor a primera vista.
Ese fue el día más feliz de su vida. Su rostro resplandecía con muchas sonrisas; estaba emocionado y feliz.
Era un cachorrito raza Labrador Retriever, color canela, que le miraba con ternura y se acurrucaba junto a él.
Es un perro que la Fundación Fundapass entrega a familias previamente seleccionadas para que los cuiden, enseñen lo básico: que sean sociables, tranquilos; a jugar, obedecer.
El tiempo que pasan oscila entre ocho meses a un año y luego entran a la escuela de entrenamiento donde les enseñan muchas cosas para que sean perros de asistencia para personas con discapacidad, ciegos, inválidos, niños con autismo.
Así que Simón día a día crecía; se convirtió en un robusto perro obediente y adoraba jugar con Bautista. Le acompañaba a la escuela, a la práctica de fútbol, donde era la mascota del cuadro. Recibía muchas caricias y mimos de parte de todos sus compañeros.
Pasaron los meses. Llegó el día en que tenían que entregarlo para que ingresara a la escuela de adiestramiento, Bauti lloró muchísimo; Simón lamía su rostro, como consolándole, brincaba y movía su cola.
No miró atrás, sus papis le abrazaron, secaron sus lágrimas.
Simón se convirtió en un magnífico perro de asistencia muy obediente y fue llevado a la casa de un niño con autismo.
Se dejaba acariciar por aquel niño que necesitaba un amigo. Le alcanzaba una pelotita para que él se la tirará y así pasaban mucho rato.
Cuando Lucas tenía crisis, Simón le lamía el rostro, se quedaba bien pegadito a él.
Cierto día fueron al parque de paseo, Simón correteaba tras una pelota que Lucas le tiraba y él se la arrimaba. ¡Vaya casualidad! Ese día Bautista se encontraba junto a sus papás en ese lugar, y en un momento rodó una pelota que quedó a sus pies, miró para todos lados y en un abrir y cerrar de ojos apareció aquel perro que reconoció enseguida. ¡Simón! ¡Simón! ¡Qué alegría verte!
Le abrazó y acarició. El perro le lamía el rostro. No se había olvidado de él.
Cuando apareció Lucas y sus papás que le llamaron, Simón corrió con la pelotita en su boca
Nunca más lo vio, pero se sintió feliz de que estuviera muy bien cuidado y era feliz junto a ese niño; era el amigo fiel y servicial que todos desearían tener.