Era común en la estancia que, de vez en cuando, un peón fuera hasta la pulpería más
cercana en busca de víveres que faltaban.
En este caso cruzaban una pequeña cañada en el Paso del Ceibo que, cuando crecía, no
daba paso.
Un día uno de los peones salió con ese cometido, se demoró en la pulpería y, al volver
lo sorprendió una tormenta.
Cuando llegó a la cañada crecida, pensó que no podría pasar. El caballo era bueno; sin
embargo, la fuerza del agua pudo más y lo tiró, fue arrastrado por la correntada.
El caballo con mucho esfuerzo logró salir unos metros más abajo y, enganchado en el
estribo izquierdo, sacó el cuerpo sin vida del peón.
Allí mismo le dieron sepultura, en un repechito junto a un tala, con una cruz y un letrero
que daba cuenta de quién era el sepultado y una breve reseña del hecho que, con el
tiempo desaparecieron.
Tiempo después, otro peón que volvía para la estancia, al pretender cruzar la cañada,
sintió saltar a su grupa un bulto al que no se animó a mirar y que luego de cruzar sintió
que se bajaba.
Cuando en rueda de mate se animó a contar el hecho, otros peones viejos le dijeron lo
mismo y que todos suponían que era aquel que no había podido cruzar, que su alma
había encontrado la forma de volver a la estancia.
José Zapicán Alonso: A la grupa
