Llega el glorioso día

Don Jacinto Vera, el Obispo gaucho, el Padre de los Pobres, el Padre de la Iglesia en Uruguay, el Apóstol de la caridad cristiana, el Defensor de la Iglesia, el Obispo Misionero, el Santo, fue uno de los protagonistas del período histórico durante el cual Uruguay se consolidó como Estado y como Nación.

A partir del año 1859 comenzó la tarea de la construcción de nuestra Iglesia, aún débil y sin estructuras. Desde ese lugar fue protagonista de la historia de nuestro país. Su labor religiosa, pero también su actuación en la vida pública, lo transforman en un modelo de virtudes para todos los uruguayos.
Por eso, nos llena de gozo encontrarnos ante “ese dichoso día” que Juan Zorrilla de San Martín soñaba ver: “Siento en mí una grande esperanza que se mueve… No sé si es porque espero que la vida sea muy larga, o porque el proceso de beatificación de Monseñor Vera sea muy corto. Es lo mismo. Todo lo que tiene que acabar es corto, y está todo en manos de Dios, que es Él solo que hace los santos, y, por órgano de su infalible Iglesia, los pone en los altares. Que su voluntad se haga en nuestra tierra como en nuestro cielo”.
Estas palabras llenas de esperanza y confianza en que la Iglesia reconocería la santidad de Don Jacinto son rubricadas por el testimonio de otra gran personalidad de nuestra patria, Francisco Bauzá, cuando expresa: “No entra en mi propósito actual relatar por entero su existencia, ni las persecuciones de que fue víctima, ni la asiduidad con que cumplió su santo ministerio, ni el patriotismo con que siempre ocurrió a trabajar por la paz pública, ni el ejemplo fortificante de su muerte austera, con la Cruz del Señor en la mano, predicando la palabra divina. Solo deseo recordar que cuando empuñó el cayado de los pastores de almas, no teníamos Clero Nacional, ni casi asociaciones católicas, ni prensa, ni seminarios; y que a su muerte teníamos todo eso… Debemos, pues, al Santo Obispo, cuya memoria nos es tan querida, los beneficios que gozamos actualmente”.
Un gran hombre y eclesiástico como Mons. Mariano Soler también nos recuerda que aquel a quien consideraba su padre consagró “al bien espiritual de su Grey todos sus cuidados, sus insomnios, sus esfuerzos, y hasta su misma vida”. Por ello, nos exhorta: “¡Los pueblos dignos no olvidan jamás a sus grandes hombres…!”.
Qué oportuno es escuchar a estas grandes personalidades de nuestra patria hablar sobre este gran hombre, cristiano ejemplar y santo obispo que fue Don Jacinto Vera. Porque su figura tiene mucho para decirnos e inspirarnos. Las épocas son diferentes pero los desafíos son similares y él es un estímulo para vencer adversidades, limitaciones y alcanzar la excelencia en nuestra vida a pesar de los obstáculos y las dificultades. Este hombre santo del siglo XIX todavía tiene mucho para enseñarnos a los uruguayos del siglo XXI, enfrentados a problemas materiales e ideológicos, que cualitativamente no son hoy tan diferentes a los del pasado.
“Me parece que con Monseñor Vera, se santificará nuestro Uruguay querido, a quien él amó tanto, y sirvió y evangelizó. Nadie lo ha querido más que él; nadie lo ha servido más. Llego a creer que yo mismo comparto la gloria del culto que buscamos para el primer Obispo de Montevideo, como si fuera una herencia de familia. Lo es su nombre y lo será su gloria, a buen seguro, si obtenemos el verlo nosotros o nuestros postreros en la de los altares; la más preciada herencia de la familia uruguaya”. Estas palabras del poeta de la patria, llenas de amor y veneración, reflejan la dimensión y estatura de quien solo en horas será proclamado como nuestro primer Beato, ante nosotros, que tendremos la dicha de ser testigos de “ese glorioso día”.

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