Lo importante del 4 de agosto

Hoy se cumplen 159 años del fusilamiento de Jacinto Párraga, icónico referente de la defensa de Florida durante la Guerra Civil que estalló un año antes y provocó en esta villa en 1864 el baño de sangre que hoy se evoca.

Hay siete nombres de defensores que se recuerdan en el monolito de Plaza Artigas, en honor a los allí fusilados en la infausta jornada.
Sin embargo, a poca distancia del lugar, en lo que hoy es la Plaza Asamblea, había caído a pólvora, violencia y fuego, el bastión del gobierno constitucional de la época, dejando infinidad de combatientes muertos tras una desigual batalla.
Hubo decenas de hijos de esta tierra que ese dia cayeron en defensa de la endeble República de entonces, cuyos nombres hoy están cubiertos por el polvo del olvido colectivo.
Por ello evocaciones como ésta pretenden hacer justicia con quienes fueron el cimiento de la institucionalidad que hoy tiene el país.
Las instituciones nacionales, el respeto a lo que nos une, la pertenencia al país que nos íntegra, y la libertad política y de opinión que hoy tenemos como comunidad, no es algo que nos fuera regalado ni se recibiera porque algo misterioso nos debiera otorgar “derechos”, como algunos estilan creer hoy, sino fruto de un costoso esfuerzo de sangre y honor que involucró a hombres y mujeres de todos los bandos.
Los hombres que construyeron aquella primera República no fueron seres “políticamente correctos”, como se acostumbra a decir en estos tiempos, sino varones de valor y entrega por una empecinada idea de país.
Y las mujeres de aquellos días no fueron menos, porque tampoco seguían las métricas de la corrección política de esta época.
Ellas fueron parte vital de esas luchas que consolidaron nuestro ser colectivo como Nación, combatiendo a la par.
De aquellas luchas fue que nació el actual Estado de Derecho, el basamento que permite a algunos creer que “los derechos” son cuestiones descolgadas del todo y que los otorga cualquier Gobierno de turno.
No hay país de “derechos” posible, si primero no existe un Estado de Derecho, que es el Santo Grial de toda República y soporte de cualquier derecho particular.
Por cierto que en aquella contienda hubo defensores de las leyes y quiénes no las protegieron, pero la sabiduría de esos viejos orientales los llevó a valorar el principio de convivencia que cimenta a toda sociedad que se precie, para construir el país que hoy tenemos.
No fue el odio lo que cicatrizó aquellas crueles heridas, sino aprender que con la guerra permanente y por todo, no se construye nada.
El país nació de poner tolerancia dónde hubo odio, y comprensión del otro donde hubo diferencias.
Hoy que está tan de moda atizar el odio por quién piensa distinto, aprender de como resolvimos los orientales aquellas diferencias, es el legado de jornadas como ésta.
Porque además, esa desventura fue un incendio insuflado por ambiciones imperiales forasteras, que buscaron tragedias como la infausta Guerra de la Triple Alianza que destruyó al hermano pueblo del Paraguay con nuestra penosa complicidad
Ya entonces Uruguay pagaba con sangre y muertos propios, los intereses extranjeros.
Eran otras épocas, pero siguen siendo los mismos tiempos.
Hoy no se evoca una nostalgia épica lugareña, sino que se recuerda lo que siempre debemos proteger como nación.

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