Capilla del Sauce, mi cuna de niña. Allí di mis primeros pasos.
Hoy, con sesenta años miro hacia atrás y recuerdo el rancho donde vivíamos con mis padres y mi hermano y me invade la nostalgia por la cocina a leña con su plancha brillante y su caldera de aluminio que parecía un espejo y allí mi madre cocinando mientras mi hermano y yo corríamos por el patio grande y los jardines o regábamos la quinta y mi papá que trabajaba en el campo y llegaba cansado a la noche, pero igual compartía cuentos y risas con nosotros.
Hoy vuelvo a recorrer sus calles y siguen exactamente iguales, angostas y de balastro con sus cunetas llenas de pastos, con mucho silencio, con una o dos personas haciendo mandados y me pregunto por qué se paró en el tiempo a pesar de que hay cuatro planes de Mevir. ¿Por qué solo sus calles revivirán historias de gente que pasó? El beso fugaz de la pareja en la esquina o niños corriendo alborozados al salir al recreo o al irse de la escuela, el canto de los grillos en la noche y la luna jugando en el sauce, el arroyito que es la playa de todos.
Esta es la página indeleble, la tierra de mis abuelos y la mía también.
De allí conservo amigos que, aunque no nos veamos, están. Allí me casé y allí nacieron mis hijos.
En ese pueblito callado del corazón de Florida.