Martha Butiérrez: La flecha de Cupido

Bajo una lluvia de tilos en aquel atardecer, el paisaje muta. Moribundos rayos de sol se cuelan entre las ramas de gigantes erguidos. El cielo se tiñe de matices rojo-anaranjado. Entreluces sombras que abrazan, corren, danzan, esconden, estilizan. Un perfume dulzón, embriaga e invade el aire.
Lentos, sin prisa, avanzan caminantes añosos, cabellos blanquecinos, rostros surcados de arrugas, espaldas encorvadas.
Ella va asida a la correa de su perro lazarillo que le devolvió sonrisas y luz a sus días oscuros.
Lluvia de flores secas se desprenden, cae como polvo de estrellas y, sin pedir permiso, se adhieren a sus cabellos y vestimenta.
Regresaron a aquel lugar de antaño. Los invade la nostalgia y la melancolía.
Allí hendido en la corteza, un corazón con sus iniciales, atravesado por la flecha de Cupido.
El paso de los años no logró borrarlo. Incrustado en sus entrañas, bañado por savia regenera dadora ha permanecido y aún crecido.
Tomó la mano de su amada y la acercó para que lo palpara.
Sus ojos sin vida parecen iluminarse y las lágrimas los abrillantan.
Repiquetean las campañas de la Iglesia. Se posan los gorriones. El gorjeo es música para sus oídos. Duque ladra y salta.

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