Ese ropero me habla con sus puertas abiertas.
Muestra un espacio vacío.
Para mí es un agujero negro.
Allí había una veintena de camisas. Eso me dice de la ausencia. Le gustaba vestir bien, sin exagerar, pero elegante.
El ropero con ese desierto de camisas me dice mucho; ya no está, ya no vendrá más.
De nada sirve cerrarlo, el ropero me dice cosas.
Llenaré el agujero con vestidos y blusas.
No será lo mismo, pero quizás él no me hablará más.