Mirtha Pittamiglio: Final sin final

Llegamos al cine. Habíamos elegido uno en el que daban una película de John Tolkien. A Cristina y a mí nos apasionaban las películas del estilo de este escritor, llenas de fantásticos hechos donde seres y mundos imaginarios se entrelazan a la realidad dándonos a entender que los sucesos en nuestras vidas se transforman, pero por algo así suceden.
De a poco la trama de la película me fue atrapando y sin defensa me dejé llevar por esos mundos quedándome insensible a este. Mi ser todo fue quedando sin tiempo, las horas en el reloj terrenal daban su fin para mí. Comencé a navegar por un inmenso mar sin agua, me sentía etérea flotando, y me alejaba, me alejaba… y allá a lo lejos se dejaba ver como un gran árbol el universo desde su comienzo cuando la nada era el principio de un todo. Este estaba hecho de una peculiar estructura como si se hubieran unido dos para formar uno. Parte de sus hojas eran perennes que por momentos resplandecían iluminándose y por otros quedaban sumidas en profunda oscuridad, donde la naturaleza ejecutaba su cíclica danza en un perfecto accionar. A esta unidad de hojas perennes se entrelazaba otra de hojas caducas donde se desarrolla la vida con su final, ese instante tan temido por lo humano por el desconocimiento y por el cambio que conlleva.
Mi navegar continuaba; era libre, sin miedos, sin finales, ya no me interesaba ser feliz, me envolvía un celestial sentimiento que iba más allá de la imperiosa necesidad de la trascendencia existencial. Ya nada importaba, porque ese instante tan temido y que todo cambia en nuestras vidas no es el final. Todo continúa.
Mientras, en una de las butacas del cine hay un cuerpo sin vida. Junto a él Cristina llora desconsoladamente.

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