Mons. João S. Clá Dias: ¡No pequemos más!

El pecado, de cualquier género que sea, puede ser comparado al adulterio. En las Sagradas Escrituras con frecuencia se asocia la idolatría a la infidelidad conyugal, sabiamente detestada a partir de la Ley Mosaica. Tal relación tiene un profundo significado, que merece nuestra atención.

El Primer Mandamiento prescribe un amor total, incondicional y exclusivo a Dios. El propio Nuestro Señor Jesucristo lo recuerda con gran énfasis: “El primero de todos los mandamientos es este: ‘Oye Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor; amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu espíritu y todas tus fuerzas’” (Mc 12, 29-30). Este amor nos debe ligar a Dios por una unión toda espiritual, más íntima y sagrada que la de los esposos en el casto matrimonio.

En el extremo opuesto, San Agustín [2] define el pecado como una aversión a Dios y una inclinación para las criaturas. Así, dar la espalda al Todopoderoso para adorar en su lugar a seres contingentes es una traición similar al adulterio, pues significa dejar el único y verdadero Amor para seguir lo efímero, lo caduco, lo engañoso. En este sentido, ofendemos a Dios con nuestras faltas de modo semejante o peor que la adúltera con su concupiscencia.

Pongámonos en el lugar de aquella pobre mujer. Reos por el pecado, podríamos haber merecido el infierno en más de una ocasión, sino en muchas veces. El miedo de la lapidación es apenas una sombra comparado a la luz del sano temor que debe inspirar en nosotros el pensamiento del castigo eterno, del fuego y del crujir de dientes, como también la pena de daño, que consiste en permanecer enemigo de Dios para todo y siempre. Seguramente, la inminencia de verse sepultada bajo una lluvia de piedras llevó a la culpada a reflexionar. ¿Cómo no pensar en las consecuencias de una muerte en pecado mortal?

Por otra parte, consideremos la utilidad de la humillación. ¿A cuántos no les resulta insoportable rebajarse hasta el punto de declarar sus faltas a un sacerdote? Sin embargo, pensemos en el bien que le hizo a la adúltera verse incriminada en público, frente a la multitud que la miraba con repugnancia. Más vale humillarse en esta vida que sufrir el escarnio de los Ángeles y de los Bienaventurados por toda la eternidad. ¡Bendito Sacramento de la Confesión! Basta ser sinceros y acusarnos con sencillez, para que el corazón de Dios cambie en torno a nosotros y, en lugar de escuchar una sentencia de condena, escuchemos la fórmula suave y paternal de la absolución.

¡Así será desde que estemos dispuestos a no pecar más! Y nuestra conversión podrá ser facilitada por el hecho de encontrarnos con el auxilio de la Santísima Virgen. Ella fue el presente regio e insuperable que, en un extremo de conmiseración, el Buen Pastor nos dio en lo alto de la Cruz. Gracias a la mediación omnipotente de María, no hay pecado que no obtenga perdón amplio e inmediato, ni pecador que no pueda santificarse del modo más perfecto. Confiemos en su Corazón materno e inmaculado, el cual es la expresión de su bondad inefable, de su dulzura indescriptible, de su misericordia inagotable. ◊

[2] Cf. SAN AGUSTÍN. De libero arbitrio. L.I, c.16, n.35. In: Obras. 3a.ed. Madrid: BAC, 1963, v.III, p.245.
Fuente: Mons. João S. Clá Dias, EP in “Revista Heraldos del Evangelio”, abril de 2022.
Monseñor João S. Clá Dias, EP es fundador de los Heraldos del Evangelio.

5 thoughts on “Mons. João S. Clá Dias: ¡No pequemos más!

  1. Muy importante lo que dice Monseñor Joao Clá sobre el papel del sacramento de la Confesión o Reconciliación, a veces un tanto olvidado, por nosotros los católicos. Como siempre, gracias a Diario Cambios por compartir estas profundas reflexiones.

  2. Realmente contundente el análisis tan enriquecedor, que hace Monseñor Joao Cla, no deja de sorprenderme.
    Que importante es el sacramento de la confesión, y uno cae en la dejación de hacerlo.
    Señor director ha sido un acierto estas publicaciónes tan enriquecedoras.

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