¿Dónde está mi chaquetón azul, mami? No está en mi ropero, no lo veo.
—Ah, sí. Lo saqué para ventilarlo. Lo dejé aquí en mi cuarto, después te lo alcanzo. ¿Qué escuchaban en la radio con papá que escuché desde la cocina?
—Era Radio Carve. Un programa muy lindo, con un periodista de habla de muchos temas. Se llama Omar De Feo. A papá le gusta mucho. Y a mí también.
—Ah, bueno. Si le gusta a tu padre, debe ser de política.
—No, mami. Para vos todo es política desde que escuchás a papá discutir con el tío Adán. ¡Mi Dios! Parece que la sangre llegara al río. Mi tío Adán blanquísimo y papá colorado batllista, los dos con sus ideales opuestos de toda la vida y las discusiones son tremendas. Pero no pasa nada. Se quieren muchísimo con su cuñado. Y, como te contaba, ese periodista habla de muchas cosas, la realidad del mundo, las guerras, la economía, que sé yo. Mucho no entiendo, pero, cuando papá dice “¡Qué bien habla ese hombre!”, entonces pienso “Algún día lo entenderé mejor” y así fue que estoy convencida de que, de esas charlas con mi padre, siendo una jovencita, nació mi interés por las causas sociales y humanas en general. Pero vuelvo a mi chaquetón, mamá, no me lo alcanzaste.
—Lo que pasa, mija, es que el chaquetón no está en casa. La otra tarde estuvo la tía Eva. ¡Un frío imponente! Garuando. Y ella con tremenda panza y desabrigada. ¡Pobre! Se lo presté ya que era lo único que le quedaba bien. Tiene mangas anchas y es sueltito.
—No lo puedo creer, mamá. ¿Cómo pudiste prestárselo? ¡Mi chaquetón nuevo, azul Francia, de mangas dolman! ¡Divino! Y lo más nuevo y lindo que tengo, lo compré en Montevideo. Me acompañó mi madrina a comprarlo. ¿Cuándo me lo traés ahora? ¿Le dijiste que lo ponga al aire? Debe estar empapado si se fue mojando con la garúa.
Me enojé tanto con mi mamá. Lloré, pataleé, protesté de todas las maneras habidas y por haber. No encontraba consuelo.
—No es nada —me dijo. En unos días tengo que ir a su casa. Si ya está para tener. Parece que son mellizos. Y ya te lo traigo, m’ hija.
Mi tía, mi querida tía Eva a la que tanto quise. Pobrísimos como eran, tuvo dieciséis hijos.
Y bien, pasaron los días, la tía dio a luz a sus niños y allá fue mi madre a conocerlos y a ayudarle un poco. ¡Con tantos niños chicos!
—Por favor, mami, no te olvides de traer mi chaquetón.
Se quedó dos días ayudando a la tía y regresó.
—¿Mi chaquetón, mami? ¿Te olvidaste?
—No, m’ hija, no me olvidé. Lo primero que hice fue cambiar a los grandecitos que estaban con mucho olor a pichí, casi todos en el dormitorio. Y, cuando me acerqué para conocer a los recién nacidos ¿qué fue lo que vi? Tu chaquetón azul Francia, como decís vos. Estaba en la cunita, abrigando a los mellizos.
Quedé muda, un nudo en la garganta y mil preguntas. ¿Por qué? ¿por qué?
Tuvo que pasar mucho tiempo, quizás muchos años para entender que ese, tal vez, fue el legado de mi madre. El que fui aprendiendo y tratando de aplicar a lo largo de mi vida…
Esa ausencia total de dudas, cuando hay que entregar el corazón.
: