Antonio Lissio: En la busca de…

Dudo que fuese huir lo que hacía, quien en verdad huye, no vuelve.
Yo siempre volví, y si como siempre enfilé con rumbo al río, siempre regresé de aquellas largas pescas, y con piezas de mi flor, si cuando enfilaba hacia el río, iba en procura de soluciones.
—Traes algo? —preguntaba tras el regreso mi mujer, aunque sabía de sobra que no había ido por peces, sino que acudía al río en momentos en que me acosaban los problemas.

Jamás lo insinuó siquiera, su rostro de paz, de amor era el mismo de cuando novios. Si en alguna oportunidad sospechó de una de esas fugas, de las que no se retorna, supo muy bien disimularlo, por más que en alguna oportunidad al regreso, encontrara ojos colorados, ojos que nunca pueden ocultar llantos.

En cambio, puedo asegurar que siempre volví ilusionado, con chispas de alegría en mis ojos, como el fuego que encendí en el monte, nomás por costumbre porque —puedo jurarlo— esas pescas, más que de ilusión, fueron en procura de soluciones.

Lejos estaba de mí el apetito, por lo que fuera un trozo de asado delicioso. No —al menos cuando vas de pesca en procura de una luz que ilumine tu pensamiento, cuando un montón de problemas te acosan—.
Años más tarde, unos cuantos, cuando ya había encaminado mi vida y tenía enfrente el retiro, comenzaba a acosarme la nada —mejor dicho: disfrutar de la vida, solo esperando las clásicas charlas de abuelos y nietos—, llegó el salvador en forma de taller literario y, como a una tarea imprescindible, supe aferrarme a él.

Ya casi en tiempos presentes, una compañera, luego de oír un cuento mío, me preguntó decidida si no era creyente. Yo, interpretando el común pensar de la mayoría, le dije un rotundo ¡No!
No quedé en paz contestando aquello, pero era la realidad, creyente en la iglesia y los curas no fui ni soy, aunque por dentro algo me decía que no era tal la respuesta.

Yo creía en algo, algo muy simple, como el monte, el río y sus aguas, y encender en él un fuego amigo, que me hiciera compañía, y entonces comprendí que era creyente, que en la naturaleza estaba el dios, que de por vida anduve buscando, y negando a la vez.

En mi memoria, estaba presente el recuerdo de aquel dicho que muchos años atrás supe oír: “El hombre, mirando el fuego o el agua, puede pasar la vida”, entonces pude ver quién, en realidad, me daba las respuestas a mis preguntas, cuando lo abandonaba todo rumbo al río, con una caña de pescar, como única compañía.

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