• 29 de septiembre de 2023

Muñeca Martínez: Rescatando carnavales

Jun 8, 2023

Y sí, imborrables recuerdos de niña. ¿Qué cómo era? Lo recuerdo como un gran tablado alumbrado y adornado con muchas lamparitas eléctricas de colores -amarillas, rojas, verdes- y, en cada uno de sus lados, un gran tablero con dibujos carnavaleros -tamboriles, bailarinas-.

Me encantaba un dibujo de una pareja bailando tango con un señor flaquito y una dama de pollera cortita, cola muy redonda y tacos altísimos.
Y no me olvido de un enorme Judas colgado a un costado que cuando lo prendían se convertía en mi tortura. Yo le tenía pánico a las bombas y ya cuando el fuego llegaba a la cabeza del Judas, ahí sí… ¡adiós mi alegría! Me escondía detrás de la pollera de mi madre, me tapaba os oídos con las dos manos y hasta que mi mamá no me decía “ya está, m´hijita, ya se apagó”, no salía de detrás suyo.


¡Y el festejo sobre el tablado! Hasta donde me acuerdo, casi siempre lo mismo: guitarreadas, payadores, folklore, mascaritas, baile de pericón con sus parejas vestidas de gaucho y de chinas y las infaltables relaciones que eran lo que más le gustaba a la gente. Y cuando no había artistas, nos dejaban subir a todos los niños al tablado para bailar, saltar o lo que quisiéramos hacer. (Casi nos sentíamos unos artistas).
Pero lo que yo quería contar es el viaje… El viaje con mi familia desde el campo donde vivíamos al pueblo donde se celebraba el Carnaval.


Era una linda noche de fines de febrero o, tal vez, de marzo porque ya había mucho rocío. Salimos con mi papá, mi mamá y mis hermanos suavemente rumbo al pueblo, atravesando campos para acortar caminos, la noche linda pero sin luna. Por eso mi padre iba caminando un poco más adelante con un farolito a keroseno para alumbrarnos, no mucho, pero algo. Por supuesto todos con nuestra mejor ropita de pasear; mi padre con zapatos nuevos y, claro, sobre lo mojado del rocío y sus zapatos sin domesticar y de suela nueva, empezó despacito: “Parece que me caigo… parece que me voy a caer… y… me caigo nomás”. Fue todo uno y mi padre rodando por el pasto, el farol unos metros más adelante dando vueltas como un trompo… mi padre a los gritos “¡Agarren el farol, que no se prenda fuego! ¡Ayudame, Negra, a levantarme!” y nosotras con mi madre en un ataque de risa que no podíamos hacer nada… De pronto miramos a mi hermanita más chica, “seria como un tamango” y a punto de ponerse a llorar.


–¿Y a vos qué te pasa? –le preguntó mamá.
–Ustedes se están riendo de papá.
Y así, entre risas, caídas y rodadas por el pasto, llegamos al pueblo, a disfrutar de nuestro Carnaval.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *