No somos oro ni campo que no mueren nunca. JUAN JOSÉ MOROSOLI
Don Narciso Petrucci había nacido pensando que el mundo se había creado para él. Caprichoso y terco desde niño, hijo único y mimado sobremanera lo que no hacía más que confirmarle que todo había sido creado para él. Y se movía en el mundo con soltura y, si tuvo dificultades, ni cuenta se dio porque seguro la culpa había sido de otro. Progresó en los negocios de su abuelo y, sin importarle mucho que sus primos se quedaron sin herencia, siguió adelante porque era “lógico” que todo fuera para él.
Así pasaba el tiempo y escogió a una esposa, sumisa por supuesto, que corriera tras sus más pequeños caprichos y le dijera amén a todo. Esposa además a la que convenció que era mejor separar los bienes y además de que cuanto ella había heredado lo mejor era ponerlo todo a nombre de él. Y vinieron los hijos que, por más que lo confrontaban, sus voces no se escuchaban tras el vozarrón de mando de don Narciso que siempre tenía la última palabra.
Y para que no parezca que exagero, les cuento que, ya anciano, pasaba parte del tiempo contemplando su gallinero, el cual tenía las gallinas que ponían “los mejores huevos del mundo” y, cuando el médico le dijo que tenía que operarse, pensando que quizás no volviera, decidió matarlas a todas. Y sí, las mató porque si él no vivía, ellas no tendrían por qué existir. ¡Don Narciso se salvó, pero las gallinas no! Como les digo, como que el mundo hubiera sido hecho para él. Pero también le llegó la hora y el día de partir, y se fue…
¿O no? Porque… ¡Oh, sorpresa! Aquel día en casa del escribano, cuando dijo que había un testamento, se enteraron la esposa y los hijos que parece que Narciso quería estar vivo aun después de muerto. Allí ordenaba que la esposa no tendría nada y solo podría quedarse viviendo en la casa, que una buena parte de su herencia era para alguien desconocido de la familia que seguramente le habría hecho sentir que había existido para él, y apenas dejó el resto para los hijos. Don Narciso vivió y murió sin saber que “no somos oro ni campo y que estos no mueren nunca”.