Nora García: La viuda

Mi primer contacto con la muerte fue cuando murió el tío Miguel. Era un hombre de una apariencia imponente y al que mi mamá trataba de usted a pesar de ser el esposo de su hermana, mi tía Negra.
El velatorio fue en la casa de la tía Negra, y lo velaron en el dormitorio.


Creo que solo pasé corriendo por la puerta mirando de reojo para no ver al muerto, pero aun así me sentí orgullosa por haberme animado, cosa que presumí a mis primas que ni a eso se animaron.
Hasta muerto parecía imponente, como la muerte misma.


A partir de ahí mi tía Negra pasó a ser “la viuda”. Y vaya si se lo tomó en serio. Primero se vistió de negro por “el luto”. Fueron años y años, y más años de medio luto. Porque la tía Negra nunca dejó ir al tío Miguel, duelo prolongado en el tiempo. Pero me estoy yendo muy lejos en el tiempo porque eso fue después.


A mi tía Negra al día siguiente le tocó quedarse sola y parece que necesitaba compañía, y no sé qué habrían hablado mi madre y ella, pero decidieron que yo sería quien la acompañaría algunos días.
Siempre me gustó ir de visita a su casa. Era una casa linda, siempre muy ordenada y olía muy bien y tenía hermosas plantas, pero esto de irme a quedar era diferente.


Pero tenía la edad en la que yo no podía opinar y comencé a ir algunos días a quedarme con mi tía Negra.
No entiendo cuánto aliviaba su dolor mi presencia, pero ahí estaba yo.
Son pocas las cosas que recuerdo de esos días, aunque hay dos inolvidables. La buena, un día ella me entregó una taza con una yema, una cucharita y aceite, y me estimuló a cocinar e hice por primera vez una mayonesa, cosa que hubiera sido imposible en mi casa. Me sentí muy bien.


El otro no lo recuerdo bien, pero sí el sentimiento de mucho enojo por algo que ella me dijo o hizo me provocó. Seguramente fue tan fuerte mi enojo que por primera vez -y no encuentro otras en mis recuerdos-, pensé en cómo vengarme.


Les conté que tenía muchas plantas, pero como siempre hay una preferida. Antes le llamábamos espada de San Jorge y ahora le dicen lengua de suegra, porque se han vuelto a poner de moda.
La tenía adentro sobre una mesa con vidrio y tenía los bordes amarillos y un desarrollo enorme. Ella se miraba en su planta, la mostraba a sus invitados orgullosa. Así que mi retorcida cabeza infantil encontró la manera de vengarme.


La uña de mi pulgar derecho se enterró más de una vez en la carnosa planta dejando medialunas en las mullidas hojas. Estábamos a mano.
Siempre pensé que ella sabía que había sido yo y no me dijo nada. Por mucho tiempo visité a la tía Negra y, aunque ahora cicatrizada, allí quedó grabada mi ven

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