Norma Hernández: Los doctores

Niño que piensa
Mario Benedetti
Cuando empecé a ir a la escuela, un día me dijo mi mamá que iba a tener un hermanito o hermanita. Yo quería que fuera hermano porque las niñas que viven al lado de mi casa siempre se están peleando y cuando paso cerca me sacan la lengua y mis compañeras de jardín se juntan, cuchichean y se ríen de nosotros, son raras. Con mi hermano podré jugar a todo y además dormirá en mi cuarto.

Todas las mañanas le preguntaba a mi madre que cuándo venía mi hermano y ella siempre me contestaba, «ya falta poco, ya falta poco». Estaba cansado de esperar, hasta que un día mi abuela me despertó, me dijo que mi madre no estaba, y que ese día nacería mi hermano. Cuando llegaron, mi papá se bajó corriendo a abrir la puerta a mi mamá que tenía en brazos un paquetito como de regalo envuelto en la manta que tejió la abuela. Mi padre se sacó la campera y lo tapó, hacía mucho frío y podía hacerle mal. Pasaban y pasaban los días y mi hermano crecía poquito, solo comía y dormía. Decía mamá que lloraba casi todas las noches, ella siempre parecía cansada. Una mañana muy temprano estaba la abuela en casa y me dijo que el chiquito —como ella lo llamaba— se había enfermado y mis padres lo habían llevado al hospital. Durante muchos días la abuela me llevaba y me traía de la escuela. Al principio jugaba conmigo después, estaba cansada como mamá.

Todos los días venía mi tío y nos abrazaba mucho. Papá iba casi todos los días a ver a mi hermanito; una noche en que volvió y yo todavía no me había dormido, lo escuché contar a la abuela que no mejoraba, que la enfermedad era tan fuerte que los doctores no podían con ella, que mi mamita estaba agotada. La abuela lloraba y llamaba a Dios y creo que mi papá también lloró. Entonces, me acurruqué en la cama y también lloré en silencio. A los dos días me despertó la conversación de los vecinos que estaban en casa, igual a cuando murió el viejito de la otra cuadra. Papá me llevó a su cuarto y me explicó que mi hermanito ya no estaba, nos abrazamos y lloramos juntos. Ahora nosotros, los dos hombres, debíamos ser muy fuertes, proteger a mamá mimándola y abrazándola mucho. Que ella es la que más ha sufrido y que le llevará un buen tiempo recuperarse, que todo lo que yo quisiera saber, se lo preguntaría a él. Se fue a buscar a mamá. Yo me escondí atrás de la casa y abrazado a nuestro perro lloré y lloré. Quería gastar mis lágrimas para estar bien fuerte para cuando llegaran en la tardecita. Mi mamá estaba tan flaquita, su linda cara no tenía luz, sus ojos, de tanto llanto parecían dos bracitas apagándose.


Ahora soy grande, estoy en segundo año y todo me parece más claro. Tengo una compañerita de mesa que es muy buena, me gustaría que fuera mi hermana. Hoy me dijo algo que me dejó pensando, ella tiene una hermana grande que va al liceo y que se mira mucho al espejo y un hermanito que es muy travieso. Me dijo que no podría vivir sin ellos, que hablara con mis padres, que un hermano nos ayudaría a llevar mejor lo que pasó. Voy a decirle a papá para pedírselo entre los dos a mamá. Yo le voy a jurar que, si me trae un hermano, los dos vamos a ser doctores y que lo que más vamos a estudiar son esas asquerosas enfermedades que atacan a los niños para que no haya madres con tanta tristeza que deban usar lentes oscuros para ocultar que lloraron toda la noche.

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