Pbro. Dr. Gabriel González Merlano: LA OTRA GUERRA

Toda guerra es un mal, representa la frustración en la fraternidad humana. Por alguna razón, en medio de la natural comunidad y solidaridad que esencialmente caracteriza al ser humano, se infiltra la desconfianza. El hombre que está llamado a vivir en paz y construir el bien se encuentra en una situación en la que no encuentra caminos humanos ante las diferencias y se deshumaniza a través de la violencia. Esta no es propia de la condición humana, al menos para los que pensamos en la esencial solidaridad, y no competencia y hostilidad, que caracteriza al ser humano.

Este brevísimo fundamento antropológico de la natural condición social del ser humano, y que por tanto excluye todo daño, es la base para la condena ante cualquier acción bélica, justificada o no, si es que cabe una justificación en tal sentido. Máxime cuando claramente advertimos que, una vez inmersos en este flagelo de la guerra, no se respetan aquellas normas elaboradas por el derecho internacional para que el conflicto se concentre en los objetivos militares y no en el pueblo inocente.

Lejos, entonces, de cualquier justificativo, esta guerra instaurada por Rusia es tan inicua como todas, pero tiene otra lectura no tan lineal, como la del malo contra el bueno o la del fuerte contra el débil, propiciada por la prensa de occidente. Como cualquiera advierte, la guerra de Putin es contra Ucrania por intereses políticos y económicos, pero es también contra el occidente liberal y moralmente decadente. Esto que han señalado algunos intelectuales rusos lo rubrica el patriarca de la Iglesia ortodoxa rusa, para quien la invasión a Ucrania es “una guerra contra el lobby gay”.

Por cierto, la frase es simbólica de algo más amplio, como es el relativismo moral de occidente. De hecho, en su sermón, el líder máximo de la Iglesia rusa expresa que el combate es contra modelos de vida contrarios a la tradición cristiana. Afirma que durante ocho años ha habido intentos, por parte de Ucrania, de destruir lo que existe en las dos autoproclamadas repúblicas pro rusas, “donde hay un rechazo fundamental a los llamados valores que hoy son ofrecidos por quienes se reclaman poder mundial”. Un poder al que occidente rinde lealtad en esa especie de transición hacia el “mundo feliz” del consumo y la libertad excesiva. Por tanto, “lo que está pasando hoy día en las relaciones internacionales no solo tiene un significado político. Estamos hablando de algo diferente y mucho más importante que la política”.

Si mínimamente conocemos el modo de pensar de Putin no pueden ser más exactas las palabras de apoyo del patriarca de Moscú. Es conocida la postura del presidente ruso contra el occidente y los nuevos derechos que ha intentado ingresar por la puerta de servicio del edificio de los derechos considerados fundamentales, es decir, innatos a la naturaleza humana. Su defensa de la ley natural contrasta drásticamente con el liberalismo decadente al que se enfrenta, y al que muchas veces la Iglesia católica no logra oponerse con lucidez.

No cabe duda que Putin busca encaramarse con un liderazgo moral vacante en una Europa que ha cortado sus raíces y transita a la deriva.  En este sentido, filosóficamente, Putin es políticamente conservador –en el mejor sentido de la palabra–, pues pretende mantener aquellos valores que desde siempre han dado identidad a su pueblo y al continente. Aquello que otrora tenían las derechas occidentales, las que hoy han abrazado no solo el liberalismo económico sino también el filosófico-político.

Las aspiraciones de Putin pueden ser buenas, pero debería imponerse por la autoridad que da el testimonio de vida y la acción, no por el poder que da la fuerza bruta. La reserva moral no se defiende con la inmoralidad de una invasión de esa naturaleza. La guerra nunca puede ser el camino del bien.

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