Servando Echeverría: Infidelidad y algo más

Los conocí jóvenes, vitales, enamorados. A él le costó sacrificio terminar la carrera de médico y luego especializarse en cirugía; mientras ella se recibía de profesora de Inglés incluyendo un Master en Inglaterra.
Entusiasmo juvenil matizado con mucho estudio y trabajo cada uno en su especialidad, que culminó con el casamiento. El amor por sobre todas las cosas y exteriorizado.

El médico de talla mediana, muy elegante, refinado, de trato cortés y amable. Portaba lentes metálicos montados en el aire; su frente casi invisible por un permanente mechón de pelo rubio y lacio que la cubría. Ella regordeta, tez muy blanca, pelo negro como sus enormes ojos, boca de anchos labios, de risa fácil.
Dos hijos completaron su hogar.

Los trabajos empezaron a rendir sus frutos, logrando estabilidad económica: vivienda propia, auto, comenzaron los viajes. El médico logró una plaza en una clínica privada, integrando un staff de calificados cirujanos, dirigidos por un reconocido profesor grado 5 de la Facultad.

Las intervenciones quirúrgicas se hicieron famosas, trascendiendo fronteras.
La pareja funcionaba normal, se les veía juntos, felices, con miradas y gestos de satisfacción, cultivando su amor y proyectando el futuro. También trabajo, especialmente él que, entre las operaciones, guardias y visitas a pacientes, insumía muchas horas incluso por la noche.

El equipo médico estaba integrado por numerosos cirujanos, nurses, instrumentistas, enfermeras, que para distenderse del trabajo complejo y estresante que desarrollaban, matizaban con pequeñas reuniones de camaradería. Para funcionar como verdadero equipo que pudieran complementarse, era bueno estrechar vínculos entre ellos, de ahí que era muy común que luego de largas horas de trabajo, se relajaran en algún bar o en casa de alguno de ellos.

Mientras la profesora de Inglés, haciéndose cargo de la casa y de los niños, mantenía la rutina de esperarlo sin importar qué tan tarde llegara. Ese sería el momento de la pareja, comentar las cuestiones de los hijos, beber un café y disfrutar del amor con la pasión de sus jóvenes años.

El desgano le sobrevino a él, no espontáneo sino un proceso lento caracterizado por mirada perdida, pocas ganas de hablar, relaciones sexuales cada vez más esporádicas a pesar de los esfuerzos de ella por complacerlo. —“Es comprensible, la intensa actividad de la cirugía le estaba consumiendo energía”— tal el consuelo de ella.

El médico ya no era el marido cariñoso, afectivo que, a pesar de las largas horas de trabajo, hacía espacios para disfrutar su pareja, compartir momentos. Su mirada se apagaba y esquivaba los ojos de ella.
En virtud que esta situación se mantenía en el tiempo, era oportuno observar detalles de su comportamiento para detectar las causas. Eran cada vez más frecuentes las llegadas tardes y demasiadas llamadas telefónicas de su instrumentista que era una joven soltera, de curvas prominentes, mirada seductora y muy desprejuiciada. Con su esposa había perdido la ternura y se mostraba cada vez más alejado.

Llegó el momento de encarar el tema sin tapujos. Ella le inquirió si había otra persona en medio de ellos, a lo que respondió: —Sí, hay alguien entre nosotros.

Sintió una sensación de turbación, de shock. Había contemplado tanto el estresante trabajo de su marido, las extenuantes horas de intervenciones quirúrgicas, aceptado la distención que buscaba entre los compañeros del quirófano… Ella estaría siempre aguardándolo a pesar de la distancia que él interponía. El cirujano ya no podía sostener la presión del momento y debía desenmascarar la verdad:

—Espero que me comprendas; estoy enamorado de otra persona —dijo bajando la cabeza, asumiendo su infidelidad.

Conmocionada por la situación que, si bien confirmó la sospecha, esperaba que la verdad fuera otra. No era de quien se había enamorado, formado una familia, luchado juntos forjando su porvenir; tantas noches de pasión y declaraciones de amor, ahora todo se derrumbaba.

Repuesta del impacto, secándose las lágrimas, asociando aquellas llamadas telefónicas y tantas trasnochadas, ella dedujo lo que a su entender era fácil de deducir: —Sí, lo suponía. Es con la instrumentista, la de las llamaditas…

La deducción era lógica porque, además de las interminables conferencias telefónicas que se hacían en privado y que a ella no le interesaba escuchar las cuestiones de la profesión, varios eran los regalos recibidos como aquella corbata que hacía juego con la camisa que previamente había recibido.

El médico apesadumbrado y conmocionado porque ya no podía sostener su doble vida, sin más preámbulos, dijo su verdad: —Te equivocas —dijo—, nunca me llamó la instrumentista, ella no tiene nada que ver, quien llamaba y de quien me enamoré es Alejandro, el enfermero del cuarto piso.

Muy duro resultó asimilar la traición y además y especialmente su nueva sexualidad.
Los conocí desde el vamos, pero era imposible captar su verdadera personalidad que seguramente lo mantuvo oprimido.

Hoy las aguas volvieron a su cauce, ambas vidas se rehicieron por sendos caminos y comparten la paternidad de la forma más natural posible.

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