Me construyeron a mitad de cuadra, en mi cabeza un techo de tejas contrasta con la fachada blanca con puerta de medio punto y amplios ventanales de madera rojiza. Tengo una entrada empedrada con jardín y frondosos hibiscos rojos.
Hace ya unos cuantos años que me construyeron.
Estos últimos cuatro años, he estado sola y vacía.
A través de mis ventanas, observo el tránsito alineado en fila con los autos atentos al parpadeo del semáforo. Hace años que desde mi cómoda ubicación no me pierdo detalles de todo lo que pasa en el barrio. Los barrenderos que pasan muy temprano, conversando mientras barren las calles, despejan también mi entrada dejando el sendero de acceso limpio, pronto para recibir visitas.
Las personas que transitan frente a mí admiran el jardín, cosa que me hace feliz y mis flores erguidas y orgullosas perfuman aún más el aire, mientras los árboles hamacando las ramas esparcen hacia la vereda el aroma.
Me divierten los perros que ladran a los pájaros que me visitan, porque en el césped siempre hay semillas para picotear.
Escucho la letanía de quejas de la vecina. Cuando alguien se atreve a preguntarle en el saludo: ¿Cómo anda, Doña Elvira?, entonces sonrío para mí, porque ahora, venía toda la historia que su vecina repetía aún al que no quería escucharla.
En la casa de enfrente siempre piden todo a domicilio, salen muy poco.
Me entretiene el parloteo de los niños hacia la escuela.
Me gustan los días de lluvia, y las cosquillas de los hilos de agua que bajan por las tejas, la lluvia en invierno me hace tiritar y me refresca el aguacero del verano.
Mi jardín recibe alegremente la lluvia fresca.
Aunque debo reconocer que, si la lluvia es copiosa, se forman charcos y al mirarme en los espejos que se forman, noto con cierta tristeza que me gustaría una nueva pintura. Esos días de lluvia cantarina que hace felices a mis plantas, me ponen un poco melancólica. Cuando estaba recién terminada, primorosamente pintada, me sentía orgullosa y un poco vanidosa de los elogios que pronunciaban los que venían a conocerme; pero después me quedé sola, en silencio, aburrida. Me gusta la música, las charlas. Cuando vinieron a pintarme, o maquillarme, (esa palabra me gusta más) los pintores pusieron música y cantaban o conversaban mientras trabajaban.
A comienzos del otoño, cuando el sol me acaricia, ya sin abochornarme, me despertaron fuertes ruidos. Eran dos camiones que al detenerse hicieron resoplar los frenos, como si un globo enorme se desinflara y llamaron mi atención. Miré entre curiosa y sorprendida. Comenzaron a bajar cajones y grandes bultos embalados.
Alguien abrió mi puerta y empezaron a entrar y dejar cosas en todas las habitaciones. Cuando acabé de salir de aquella sorpresa, miré la persona que tenía en su mano aquel manojo de llaves que le daba acceso a mi interior. Pensé contenta: ¡Alguien me eligió! ¡Otra vez tendré compañía! Escucharé música, conversaciones, canciones, ruido. Hoy será un día importante para mí, viviré con alguien que me cuidará.
Risas alegres que provenían del jardín, llamaron mi atención; una mujer se deleitada con el perfume de los jazmines y dos pequeños corrían entre los canteros.
Sí, siempre recordaría ese día, como el de mi cumpleaños.
Y mi regalo había sido maravilloso: ¡Compartiría mis días con una familia! Ya no estaría sola.
Susana Seoane: Soy la casa vacía
