Isabel Rodríguez Orlando: Vueltas de tuerca

Caminando por la playa lo vio venir. Le pareció que lo conocía de algún lugar. Él no dudó. Apresuró el paso y la abrazó con fuerza. Le dio un beso húmedo en la mejilla. Y, entonces, ella recordó… De aquello hacía como veinte años. Los gurises llegaron corriendo como a las dos de la madrugada. -Se llevaron al Negrito y al Vasco. Justo cuando estábamos terminando. -Yo tiré el balde y los pinceles y salí corriendo. -¿Cuántos eran? -Uno solo. Ella se vistió con lo primero que encontró, se echó un abrigo por encima y se fue. Cuando entró y lo vio llamando al cuartel, no lo podía creer. Hacía poco que había sido su alumno y ahora estaba allí vestido de uniforme verde. Dándose aires y con aliento alcohólico daba cuentas de su hazaña a un superior: Había agarrado a dos pegatineros. A ella le salió la maestra de adentro y, olvidándose que estaban en una comisaría y en plena dictadura, le gritó: -¿No te da vergüenza traer gente honrada por una pavada? Se salvó porque el comisario era conocido e hizo como que no oyó. Ahora lo tenía de vuelta frente a frente por tercera vez en su vida. -¿Y qué hacés por acá? -Traje a pescar a los botijas -¿No trabajás? -Sí, en el vertedero. Algo saco por día. Se está hablando de llevarlo lejos de la planta urbana. Ojalá que no. -Poco tiempo después, a través de la radio, ella se enteró de su muerte.

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