Anahí Vidal: La carta de Teresa

Querido hermano:
Siempre estás en mis oraciones y en mis recuerdos de la infancia. Espero te encuentres bien y aún continúes tan buen lector como antes.
Hoy necesito escribirte, no por una respuesta, sino para que esta misiva sea luz en el camino de mi vida.
Tengo que decidirme, a más tardar mañana. ¿Pero por qué tengo que hacerlo?


Observaba mi mente trabajando. Cuando uno tiene que decidir hace que dos cosas se opongan, y para poder optar mejor, hace que las posibilidades se separen más y más, de manera que la brecha sea enorme. Veía así funcionando el mecanismo en mi cabeza: buscando continuamente los opuestos. Luego mi cerebro sopesaba los caminos, poniéndose una y otra vez en los puntos de vista de cada alternativa. Imaginaba lo que sucedería si hacía esto o aquello, inventaba distintos y eventuales universos paralelos.
Pero, aunque pueda tener en cuenta todas y cada una de las variables, igual la duda empaña mi situación. Pensé: – ¿entonces, no es un tema de mi cabeza?


Como no quedé satisfecha, empecé a estudiar mis emociones: estas eran más concretas y fáciles de identificar. Las vi: estaba segura de que era un tema de miedo. Miedo a perder la seguridad, al salto al vacío, a equivocarme, a no coincidir con los demás, a la culpa, al fracaso, miedo a ser mal interpretada, en fin: miedo a la muerte. Sí, miedo a la muerte, no física sino psicológica, miedo a dejar de ser lo que uno cree que es y los demás creen que uno es…


Siempre recuerdo la máxima que nos acompañaba a ambos en los momentos difíciles. Nunca me olvidaré de cuando nos prometimos que la seguiríamos siempre que tuviéramos que elegir un camino nuevo. Era la frase que estaba grabada en la piedra, atrás de la iglesia, escondida entre los arbustos. Era nuestro secreto, pues nadie más había reparado en ella. ¿Recuerdas? Decía: “Sigue el camino que tenga corazón”.
Pero ahora ni eso sirve. Porque ahora tiene que hacerse la voluntad de Dios. ¿De qué se trata eso? El cura Josué me dijo que todo será como Dios quiere que sea; mas ¿cuál es ese destino? ¿Cómo podría yo saberlo? ¿Cómo decidir sobre algo que no depende de mi voluntad? ¿Cómo saber cuál es la voluntad de Dios?


Papá me dice que yo haga lo que me parezca mejor, que soy libre de disponer en este momento de mi vida. Sé que él no quiere que me vaya, pero mi ardiente corazón se exalta caminando en el filo de esta navaja, entre los dos senderos.


Seguramente mañana, con dieciséis años ingresaré al convento de la mano de nuestro adorado progenitor… o no. No lo sé. De lo que sí estoy segura es de que después de mañana, decida lo que decida, habrá cambiado mi vida, porque en el instante en que lo haga, seré otra.
Tuya siempre tu hermana.

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