José Luis Llugain: Carta al nonno

Hola, nonno:

Muchos años después de habértelo prometido, por fin pude cumplir con tu deseo de que yo conociera tu pueblo natal. Acabo de regresar del viaje y quiero compartirte todo lo vivido.

El pueblo está muy cambiado desde que tú te fuiste de él. Bueno…pasaron más de cien años desde que te viniste al Uruguay y era lógico prever que habría muchas cosas nuevas que no conociste. Las calles están asfaltadas, las casas tienen energía eléctrica, la Municipalidad está en un edificio nuevo porque el anterior fue destruido por un terremoto, y la iglesia tiene una escalinata de entrada más accesible que la que tú conociste.

La que está igualita es la fuente de la plaza. Se ve tan linda como en la postal que me regalaste y que atesoro con mucho cariño. En tu homenaje jugué un poco con sus chorros de agua, tal como me contaste que lo hacías de niño.

La plaza es pequeña pero linda. Mucha gente estaba disfrutando de la sombra de sus frondosos árboles en esa calurosa jornada. Te imaginé corriendo entre los canteros.

Seguí recorriendo el pueblo y, para mi sorpresa, encontré varios de nuestros apellidos en las marquesinas y en el nomenclátor. ¡Una emoción en cada esquina!

Por supuesto que me detuve en una confitería a probar el pastelito que preparaba la nonna, pero te juro que no estaba tan sabroso como el que ella preparaba.

Por último, fui al cementerio. A la entrada existe un invento moderno llamado “código QR” que ayuda a los visitantes a ubicar apellidos y panteones, pero yo opté por ignorarlo y me metí dejándome llevar por la improvisación. Casi enseguida ubiqué, según tus indicaciones, el panteón de nuestros antepasados directos, pero también vi otros más con nuestros apellidos… ¡y son unos cuantos!

Si bien hablé con varias personas, no pude contactar algún familiar nuestro. Pasaron más de cien años desde que tú partiste, así que no tenía a quién preguntarle algo. Nadie me esperaba ni sabía de mí. Sin embargo, nonno, te juro que desde el primer momento me sentí a gusto en el pueblo, tal como si yo lo habitara desde siempre. El aire, la paz, los silencios del lugar que tú tan bien me detallaste, permanecen inalterables. En ese sentido, puedes estar seguro que es el mismo pueblo que te vio nacer. No sé si yo hoy podría radicarme en él pero, de lo que estoy seguro, es que esa es mi tierra de origen, mi cuna.

Dicen que “reformarse es vivir” y eso es cierto. El tiempo hace su obra sobre las personas y las cosas, es una ley de la vida de la que nada ni nadie está librado. Pero lo que no puede hacer el paso del tiempo es cambiar o destruir los recuerdos, los afectos.

Ese pequeño pueblo, enmarcado por un cerco de montañas, sigue siendo “tu pueblo”. Es el rincón en el mundo donde forjaste tus sueños y valores y de la que tu descendencia se ha nutrido para salir adelante en la vida. Por aquellos lares yo era un simple visitante; no obstante, ellos explican mi manera de ser aun viviendo a miles de kilómetros de distancia. Ahora lo habitan otras personas, ajenas a nosotros, pero ni ellos ni nadie podrán borrar la huella que el pueblo dejó en tu ser y que nos transmitiste.

Me siento tranquilo por haber cumplido la promesa que te hice. Pero también me siento muy feliz por haber conocido el mundo de tu infancia. Tú conociste el mío y yo conocí el tuyo, así que, de cierto modo, estamos a mano.Te quiero mucho, mi nonno, y te sigo extrañando como desde el día en que emprendiste el largo viaje. Espérame por allá, que algún día nos reencontraremos y entonces podremos retomar charlas y juegos como solo ocurre entre abuelos y nietos.

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