“No te rindas, Alberto. La vida siempre te da oportunidades”, se repetía a sí mismo Alberto todas las mañanas frente al espejo. Era la acción diaria que él tomaba para no resignarse a ese destino oscuro que estaba pautando su vida desde siempre.
En la vida, cada quien tiene que escalar su propia montaña para lograr la plenitud, y la suya se presentaba muy escarpada. No la estaba pasando bien. Se encontraba solo, desempleado y viviendo en una ciudad casi desconocida para él. Hacía un año que se había mudado a la capital buscando nuevos horizontes, pero sin mayor éxito. Sin preparación ni contactos, solo realizaba changas por unos pocos pesos. Cada mes le resultaba más difícil pagar el alquiler de la pieza que ocupaba. “Lo único mío que tengo son mis huesos”, se decía a sí mismo, cual lastimosa letanía.
En el verano, al caer la tarde iba a una playa cercana; allí se ponía a cavilar sobre su futuro. A veces hasta lloraba, pero sus lágrimas no eran sino un estímulo para renovar sus energías y alentar nuevas esperanzas ante un destino tan esquivo. No aceptaba estar predestinado para el fracaso total en su vida, la depresión no iba a vencerle, él amaba la vida y se aferraba a esa esperanza cual náufrago a un tablón. “Ya llegará el momento en que cambie mi pisada y la vida me sonría –se repetía una y otra vez-. Estoy seguro que muy pronto se presentará una buena oportunidad de trabajo y juro que no la desaprovecharé”.
Unas de esas tardes, escuchó unos gritos que provenían desde el mar, eran de una señora mayor pidiendo auxilio pues el oleaje había cambiado bruscamente y la estaba llevando hacia adentro. Sin dudar un instante, Alberto se lanzó a socorrerla. Conforme avanzaba, sus fuerzas flaqueaban, pero él no cejaba en su empeño, era casi un desafío personal salvar esa vida. Las olas eran cada vez más fuertes y él cada vez estaba más cansado, sin aire casi. Por un momento incluso se sintió desfallecer y hasta pensó que no saldría vivo de esa situación, pero no quería morir, estaba apostando a la vida, así que siguió nadando con las pocas fuerzas que le quedaban y, como pudo, llegó hasta la señora y la condujo hasta la costa.
Mientras la dama se recuperaba, no dejaba de agradecerle a Alberto su gesto y valentía. Él, tímido como era, apenas le respondió con una leve sonrisa, se despidió y se dispuso a marchar. Cuando estaba yéndose, se le acercó un hombre que le dijo:
-Vi cómo usted salvó a mi esposa. Se lo agradezco mucho y quiero recompensarlo. Si hay algo que usted desee y que esté a mi alcance, con mucho gusto se lo daré.
-Gracias, señor, pero no se me debe nada –respondió Alberto-. Lo que hice fue sin ningún otro propósito más que socorrer a una persona que estaba en peligro.
Alberto prosiguió su marcha. Al verlo partir, el esposo observó las desgastadas prendas que usaba, las cuales desnudaban la situación de pobreza en que se encontraba. Entonces no se contuvo y le preguntó:
-Espere un momento. Una sola pregunta. ¿No le gustaría trabajar para mí?
-¿Cómo dice? –respondió sorprendido Alberto.
-Le pregunto si usted quisiera trabajar en mi casa. He visto su actitud y estoy convencido que usted es una persona de bien y eso es lo que estoy buscando para que alguien se ocupe del mantenimiento de mi casa. ¿Qué lo parece?
-En verdad, no sé qué decir. No tengo mucha preparación.
-¡Vamos, hombre! Nada es imposible de aprender en la vida y estoy convencido de que usted se esforzará por saberlo todo. Yo estoy algo viejo para encargarme del mantenimiento de la casa, pero yo puedo enseñarle lo que sé de jardinería y de arreglos sencillos de la casa… ¿Qué me responde?
- Bueno, acepto su propuesta, señor -respondió un ahora sonriente Alberto-. ¡Gracias! Espero no fallarle.
-Aquí le doy mi número telefónico -le dijo el hombre tomando una tarjeta de su billetera-. Llámeme mañana de mañana y nos ponemos de acuerdo.
Después de despedirse, Alberto se fue lentamente hacia su casa. Iba con el puño bien cerrado apretando la tarjeta como si estuviera festejando un gol. Había llegado la oportunidad que la vida le daba para salir adelante, ¡finalmente el destino corría a su favor!
Hasta alguna lágrima se le derramó, pero ahora era de alegría.